-Charles Scmidt
La señora Eva —la madre de Rebeca— nos observaba desde el umbral del comedor. No se atrevía a intervenir. Su rostro, tenso y pálido, reflejaba un miedo sordo. Sabía bien quién era yo… y de lo que era capaz por mis hijos.
—No vine a discutir —dije finalmente, con voz baja, casi un susurro—. Vine a ver a mis hijos. Eso es todo.
—¡Mentira! —Rebeca alzó la voz, pero enseguida miró de reojo hacia la ventana. Bajó el tono bruscamente—. No te preocupes, Charles. No viniste a verlos. Viniste a quitármelos… como si fueran tuyos, como si fueran algo de propiedad.
—No me hables de propiedad —repliqué, dando un paso hacia ella—. Porque fuiste tú la que los alejó de mí. ¿O ya te olvidaste?
—¡No los alejé! —espetó entre dientes, con la mandíbula apretada—. ¡Tú los abandonaste! ¡Tú eliges a Amelia! ¡Tú fuiste el que se largo sin mirar atrás! ¿O ya lo olvidaste?
Mi silencio fue mi única respuesta. Ella temblaba. Sus ojos brillaban por la rabia… y por algo más. Algo más profundo. Dolo