Un nudo se formó en mi pecho. ¿Podrías verlos? ¿Rebeca me dejaría?
No lo sé. Pero tengo que intentarlo. Después de todo esto… después de la fiesta… iré. Iré a buscarlos.
Salí de la ducha con la toalla atada a la cintura. Tomé otra y comencé a secarme el cabello mientras caminaba hacia la habitación.
Entonces la vi.
Amelia.
Estaba allí, parada junto a la ventana, observándome con ese aire de falsa serenidad que me resulta cada vez más molesto.
— ¿Qué haces aquí? —pregunté con evidente fastidio, sin esfuerzo por disimularlo.
Ella se giró lentamente, con una sonrisa que no le llegaba a los ojos.
—Vine a buscarte… Ya llegaron varios invitados, y tú aún no bajas.
—¿Está todo? —pregunté, clavando la mirada en ella.
No respondió. En cambio, se acercó. Sus pasos eran suaves, casi seductores. Cuando estuvo frente a mí, alzó las manos y las apoyó en mi cuello, sus dedos fríos contra mi piel húmeda.
—Charles… ¿Por qué no lo intentamos? —susurró, con una voz cargada de dulzura fingida.
Se inclinó