El suave resplandor de la mañana se colaba por las cortinas, tiñendo la habitación de un tono dorado y apacible. Mis ojos se abrieron lentamente, y lo primero que sentí fue el calor del cuerpo de Charles, abrazándome por la cintura. Su respiración tranquila acariciaba mi cuello, y su presencia me envolvía en una sensación de paz que hacía tiempo no experimentaba. Me quedé quieta, disfrutando ese instante, intentando grabarlo en mi memoria.
Intenté moverme con delicadeza, pero su abrazo se hizo más fuerte, como si temiera que me esfumara si me soltaba. No pude evitar sonreír. La noche anterior había sido mágica, llena de pasión y ternura. Todo había sido tan intenso, tan real, que por un momento me pregunté si no seguiría soñando. Hacía años que no me sentía así: plena, amada, feliz. Recordé la primera vez que me entregué a Charles, aquella noche en su auto deportivo, bajo la lluvia, cuando todo era nuevo y emocionante. Aquel recuerdo me hizo sonreír aún más.
Me giré lentamente para mi