Capítulo 115

Amelia daba vueltas inquieta por su apartamento, el eco de sus tacones resonando en el parquet con cada paso impaciente. Sostenía una copa de vino tinto con la mano temblorosa, los dedos apretando el cristal con tal fuerza que parecía querer romperlo. La estancia estaba en penumbra, iluminada solo por la luz cálida que se filtraba desde la cocina. El sabor amargo del vino le quemaba la garganta, pero no tanto como el resentimiento que le invadía el pecho.

“No puedo creerlo… —pensaba una y otra vez—. No puede ser que Charles haya tenido el descaro de echarme de la mansión. ¿Quién se cree que es para tratarme así? ¡Después de todo lo que le he dado!”

Sus pensamientos oscuros fueron interrumpidos por una vocecita temblorosa que venía desde el pasillo. Su hijo, Adrian, apareció en la puerta de la sala, frotándose los ojos aún húmedos de sueño.

—Mamá… no puedo dormir —dijo el niño, con la inocencia y vulnerabilidad propias de su corta edad.

Amelia lo miró, pero no con ternura. Sus ojos, en
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