— Rebeca Miller
Charles no dejaba de acariciarme. Sus dedos recorrían mi rostro con una suavidad que me desarmaba. Su mirada era distinta, tan cálida, tan tierna… No era el mismo hombre que había conocido años atrás.
La mirada de Charles que yo conocía era fría, distante, vacía… Pero el que tenía ahora frente a mí era otro. Este Charles me miraba como si temiera perderme de nuevo, como si mis lágrimas fueran su propia herida.
—¿Por qué me miras así? —preguntó con una leve sonrisa.
Lo observé por un instante, intentando grabar ese momento en mi memoria, y respondí con sinceridad:
—Porque nunca pensé verte así, Charles… —Mi voz se quebró apenas—. Acariciándome con tanta ternura. Tengo tanto miedo.
Él sonrió, acercándose un poco más. Sus manos se posaron en mis mejillas, y con el pulgar limpió una lágrima que no supe en qué momento había caído.
—No llores, mi amor —susurró, con una dulzura que me estremeció—. Te juro que te haré la mujer más feliz del mundo, ya lo verás. Te amo, mi Rebec