Mundo de ficçãoIniciar sessãoA Isabella todavía le costaba aceptar que esa fuera su realidad.
Sentada en la parte trasera de un coche de lujo, con el cuerpo rígido y las manos entrelazadas sobre el regazo, intentando ignorar el malestar persistente en el vientre. A su lado, Leo Peterson ocupaba demasiado espacio para alguien que apenas conocía. No por su tamaño, sino por su presencia.
Todo en él parecía firme. Seguro. Inamovible.
Un hombre así debía tener la vida resuelta. Una esposa perfecta, hijos sanos, una casa amplia lejos del ruido. Una mesa de comedor que costaría lo mismo que toda su carrera de veterinaria. Carrera que ahora estaba en pausa porque su padre había decidido cortar los pagos como quien corta un servicio.
«Estás vetada de esta familia hasta que aprendas a tomar decisiones como una adulta».
La frase le volvió a arder en la cabeza.
Su madre había sido la mensajera durante semanas.
«No seas terca, hija. Hazlo por tu bien. Eso todavía no siente».
Nunca llamaron al bebé por su nombre.
Nunca dijeron “nieto”. Nunca dijeron “hijo”.Para ellos era un problema.
Una mancha. Un error.Isabella tragó saliva y volvió al presente cuando el coche tomó una curva cerrada.
Leo la observaba de reojo.
—¿Te duele? —preguntó al fin.
Ella tensó la mandíbula.
—No.
—No te creo.
—No te pedí que me creyeras.
El silencio volvió a instalarse, espeso.
Isabella giró el rostro hacia la ventanilla. Atenas pasaba rápido, indiferente. Gente caminando, coches detenidos, vidas normales. La suya no.
—No deberías estar sola en esto —dijo Leo, sin mirarla.
—No estoy sola —respondió ella de inmediato.
La mentira le supo amarga.
—¿Irene? —aventuró él.
Isabella parpadeó, sorprendida.
—¿Cómo sabes su nombre?
—Lo dijiste cuando estabas medio ida —respondió—. Cuando te desmayaste.
Ella apretó los dedos.
—No significa que esté sola.
Leo suspiró.
—Significa que no tienes apoyo suficiente.
—No sabes nada de mí.
—Sé que te desmayaste. Sé que estás demasiado delgada. Sé que llevas seis meses embarazada y no tienes seguro médico.
Isabella se giró hacia él, molesta.
—¿Eso es un interrogatorio?
—Es preocupación.
—No la pedí.
—Eso no la hace menos necesaria.
Ella soltó una risa breve, sin humor.
—¿Siempre eres así de… controlador?
Leo arqueó una ceja.
—¿Siempre eres así de defensiva?
Se miraron durante un segundo largo. Algo se tensó entre ellos. No era coqueteo. Era choque.
—No tengo seguro y punto —dijo ella, cortante—. No necesito que intentes arreglar mi vida.
—No estoy intentando arreglarla —respondió él—. Estoy intentando que no te pase nada.
—No soy una niña.
—Nunca dije que lo fueras.
El coche redujo la velocidad.
El edificio de la clínica apareció frente a ellos: moderno, limpio, demasiado serio para la tormenta que Isabella llevaba dentro.
Leo fue el primero en bajar. Rodeó el coche y abrió la puerta para ella sin pedir permiso. Isabella dudó un segundo antes de aceptar su mano.
No porque no pudiera bajar sola.
Sino porque el gesto la descolocó.—No tienes que hacer eso —murmuró.
—Lo sé.
Entraron.
El olor a desinfectante la mareó un poco. Isabella respiró hondo. Una recepcionista los saludó con una sonrisa profesional.
—Buenos días.
—Buenos días —respondió Leo—. Embarazo de seis meses. Dolor abdominal y desmayo.
Isabella lo miró de reojo. Él había resumido su caos en una frase clara, firme.
La mujer tecleó algo.
—El doctor Thanos está disponible —dijo—. Probablemente indique una sonografía para asegurarnos de que todo esté bien.
Isabella sintió que el corazón le daba un vuelco.
—¿Sonografía? —repitió, casi en un susurro.
—Es lo habitual —respondió la recepcionista—. Para descartar cualquier complicación.
Leo apoyó una mano en la parte baja de su espalda. No la presionó. No la empujó. Solo estuvo ahí.
—Todo va a estar bien —dijo.
Isabella no respondió. No porque no quisiera, sino porque no confiaba en su voz.
Caminaron por el pasillo en silencio. Cada paso le pesaba más que el anterior.
—No tienes que quedarte —dijo ella al llegar frente a la puerta del consultorio—. En serio.
Leo la miró.
—Sí, tengo.
—No es tu problema.
—Tal vez no —admitió—. Pero ahora mismo estás aquí conmigo.
Isabella bajó la mirada.
—No estoy acostumbrada a que alguien… se quede.
Leo no respondió enseguida.
—Yo tampoco estoy acostumbrado a hacerlo —dijo al fin—. Supongo que hoy es un día raro para los dos.
El doctor Thanos apareció entonces, rompiendo el momento.
—Isabella Rich —llamó.
Ella levantó la cabeza.
—Soy yo.
Antes de entrar, miró a Leo.
—Si… si todo está bien —dijo—, me iré.
Leo asintió.
—Y si no, también.
Eso la hizo detenerse.
—Gracias —murmuró, sincera por primera vez.







