La luz del atardecer se filtraba por los ventanales, envolviendo su figura con un resplandor anaranjado y suave.
Parecía el mismísimo Apolo puliendo con devoción su arma favorita.
Esa concentración, esa seriedad serena y elegante...
Era el tipo de momento que más fácilmente capturaba la atención de cualquier mujer.
Incluso Silvina no pudo evitar dejarse llevar por la escena, observando embelesada a Leonel durante un largo rato.
El ambiente entre ambos era tan armonioso que Janet, con discreción, se retiró a un lado y susurró a Tomás, que acababa de llegar con ellos:
—¿Por qué ha vuelto el señor tan temprano hoy? Aún no es hora de salir de la oficina, ¿verdad?
Leonel solía quedarse en la empresa hasta muy tarde, muchas veces hasta entrada la noche. Pero hoy... había algo distinto.
Tomás, asistente personal de Leonel, le respondió en voz baja con una mirada profunda:
—Es probable que a partir de ahora el señor ya no trabaje horas extra.
Apenas terminaron una importante videoconferencia