La leche no tardó en ser servida frente a Silvina, quien la bebió obedientemente.
Entre tantas variedades, solo lograba tolerar la leche exclusiva de la realeza japonesa.
De todos los jugos disponibles, solo podía beber el zumo recién exprimido de frutas de Nueva Zelanda.
Y entre tantas aguas purificadas, únicamente soportaba la de manantial italiana.
Ni siquiera ella entendía cómo su paladar se había vuelto tan exigente.
Por suerte, la familia Muñoz tenía dinero, y no solo podían costearlo, sino que estaban más que dispuestos a hacerlo.
Silvina, mientras tanto, se preocupaba en silencio:
¿Qué tal si su bebé heredaba esa manía del padre y también se convertía en un pequeño gourmet insoportable?
Estaba sumida en sus pensamientos, y aunque Leonel, sentado frente a ella, parecía concentrado en su comida, en realidad no dejaba de observarla de reojo.
La legendaria intuición escorpiana se activó una vez más, y Leonel, con aire despreocupado, respondió sin que ella hubiera dicho una palabra