Resultaba que, cuando ella sonreía con esa alegría tan luminosa, era aún más hermosa que en cualquier fotografía.
La cámara jamás había capturado su verdadera belleza. Si él mismo le hubiese tomado esa foto...
Leonel se detuvo en seco al llegar a ese punto de su pensamiento.
Sus ojos se entrecerraron lentamente.
¿Qué demonios le pasaba?
¿Cómo podía tener pensamientos tan absurdos?
¿Él, pensando en tomarle fotos a Silvina?
¡Por favor! Ni siquiera Rosa, quien había sido la mujer más consentida por él en el pasado, recibió jamás ese privilegio.
¿Y ahora Silvina? ¿Quién se creía que era ella?
Solo era un cuerpo, una madre gestante que daría a luz a su heredero. Nada más.
Con el ceño fruncido, Leonel dio un paso decidido hacia la entrada de la casa. Tomás, como siempre, lo siguió al instante.
Silvina seguía girando alegremente cuando escuchó el sonido de la puerta abriéndose.
Se detuvo de golpe y giró para mirar hacia el interior...
¡Y lo vio!
¡Leonel estaba allí!
¿No se suponía que estaba