De pie en la calle, Silvina miraba atónita el pollo chillón que sostenía en las manos.
¿Qué significaba esto?
¿Leonel la había traído con tanta prisa solo para comprarle… un pollo chillón?
¿En qué demonios estaba pensando?
Leonel caminaba delante, escribiéndole a Tomás sin parar:
[¿No dijiste que cuando uno compra regalos para una mujer, siempre se pone feliz? Entonces ¿por qué Silvina tiene esa cara de desconcierto?]
Tomás, que seguía a lo lejos, estuvo a punto de caer de rodillas cuando vio al presidente comprar un pollo chillón para su esposa.
¡De rodillas!
—Presidente… ¿por qué… por qué compró un pollo chillón? —respondió Tomás conteniendo la risa—. ¿Por qué no compró el osito que estaba al lado?
—Horrible —contestó Leonel con frialdad.
Tomás casi se atragantó.
¿Y el pollo chillón era bonito acaso?
Molesto, Leonel soltó su cartera y la puso directamente en las manos de Silvina:
—Compra lo que quieras.
¡Qué molesto era salir de compras con una mujer!
Al fin y al cabo, ¿no eran toda