—No lo malinterpretes, esto es para ti, no para nadie más —Ruperto, adivinando los pensamientos de Silvina, se apresuró a explicarle—. Esto lo envió Gloria. Ella te ha visto y le caíste muy bien. Nada más.
Silvina sonrió suavemente:
—No pasa nada. Aunque fuese para depositar en mí la nostalgia por otra persona, lo entendería. Ahora que soy madre, puedo comprender ese sentimiento.
Al ver que Silvina no se molestaba, Ruperto suspiró aliviado en silencio.
Como Ruperto era de la zona, conocía perfectamente los lugares más interesantes y las mejores comidas.
Los llevó a Silvina y a Tania a un sitio arqueológico local. Gracias a que Ruperto había hecho los arreglos con antelación, el lugar estaba cerrado al público y abierto solo para ellos tres.
El mejor guía del recinto se encargó de explicarles todo con entusiasmo.
A Silvina le encantaba viajar. Sin embargo, de niña su familia había sido pobre, y ya de adulta… bueno, seguía siéndolo. Casi nunca había tenido la oportunidad de salir de via