Aurora movía su cabeza una y otra vez, lentamente, como si quisiera sacudirse las palabras que acababa de escuchar.
Antonio hablaba por teléfono en la sala contigua, su voz amortiguada por la pared, pero lo suficientemente clara para que ella comprendiera. Decía cosas horribles: de como mataría al doctor Villarreal, y por supuesto, que con un poco más de medicación estaría completamente moldeada a su voluntad.
Aurora se llevó ambas manos a la boca, intentando ahogar el sollozo que le nacía del pecho.
Contuvo la respiración. Nadie debía verla, ni siquiera escucharla. Con pasos silenciosos, salió del pequeño cuarto en el que estaba encerrada. El pasillo estaba tenuemente iluminado. Sus pies descalzos no hacían ruido alguno mientras avanzaba hacia la sala, siguiendo la voz de Antonio.
Él estaba de espaldas, sirviéndose una copa de vino frente a la chimenea encendida. El sonido del líquido al caer en el cristal fue lo único que se escuchó antes de que él notara su presencia.
—¿No podías