Cristales reventando, casquillos cayendo como lluvia, gritos de heridos y el bramido de Dante
Quien subió las escaleras como una bestia desatada al ver que Antonio salió corriendo. Cada paso que daba era una amenaza para el mundo. En el pasillo del segundo piso, más enemigos lo esperaban. No importaba. Ninguno tenía la rabia, el dolor ni la determinación que él llevaba dentro. Ninguno pensaba en Aurora.
Una bala le rozó el brazo izquierdo. No se detuvo, disparó a ciegas y acertó. Otro hombre cayó. El siguiente intentó escapar, pero Dante le disparó por la espalda. Nada lo frenaba. Ni el dolor, ni la sangre, ni el caos.
Al fondo del pasillo, una gran puerta doble. Antonio estaba allí. Lo sabía.
—¡ANTONIO! —rugió como un animal.
Del otro lado, el silencio.
Dante alzó el pie y pateó con toda su fuerza. Una, dos, tres veces. Al cuarto golpe, la puerta cedió y se abrió con fuerza.
Antonio lo esperaba con una pistola en la mano y una sonrisa torcida.
—Tardaste —dijo.
Dante disparó sin pensa