El fuego devoraba la mansión con un rugido constante. Las llamas trepaban por los muros como lenguas vivas, y el humo comenzaba a engullirlo todo.
El estruendo de maderas cediendo y vidrios estallando formaba un coro apocalíptico mientras Dante avanzaba con Aurora en brazos. Su cuerpo, manchado de sangre y ceniza, era apenas contenido por los músculos tensos de su amada
Ella lo miraba con los ojos húmedos. El vestido rojo de látex aún colgaba rasgado sobre su cuerpo. Había marcas en su piel, golpes, heridas, pero sus labios esbozaban una leve sonrisa cuando lo vio.
—Dante… —susurró con la voz rota.
Él no dijo nada al principio. La apretó contra su pecho, le acarició la nuca con ternura inusitada, y la besó. Un beso profundo, desesperado, como si el mundo se acabara en ese instante y sólo pudieran salvarse a través de ese contacto.
Cuando se separaron, sus frentes se tocaron. Él la miró con una intensidad feroz.
—Nunca más —murmuró—. Nunca más voy a dejar que alguien te toque, te hie