Alonzo se llevó las manos a la cabeza, sintiendo que el mundo se le venía abajo. Al ver que Dante descendía por las escaleras con pasos firmes. El rostro endurecido de su hermano contrastaba con la desesperación que brotaba en cada gesto de Alonzo. Cuando Dante llegó al último escalón, se detuvo en seco al ver la expresión de angustia de su mejor amigo.
—¿Qué mierda sucede, Alonzo? —exigió saber, con la mandíbula apretada.
Alonzo bajó las manos, respirando con dificultad.
—Lo siento, hermano. Te fallé. No pude protegerla.
Un silencio pesado cayó entre ellos. Dante frunció el ceño. Su respiración se hizo más densa.
—¿Dónde está Aurora? —preguntó, dando un paso hacia Alonzo —¿Dónde está?
—Ella... está en las garras de Antonio —confesó Alonzo, apenas en un hilo de voz.
Los ojos de Dante se abrieron con furia, su rostro se tensó como si lo acabaran de golpear.
—¡El imbécil de Antonio está muerto! ¡Muerto! —rugió, sujetando a Alonzo de la camisa con ambas manos y sacudiéndolo.
Alonzo no se