Aurora alzó la copa de cristal, el vino ámbar reflejando la luz cálida que caía sobre el jardín. Sus dedos temblaban levemente, no de miedo, sino de emoción contenida.
Era una de las pocas veces que podía brindar sin miedo, sin mirar sobre el hombro. Rodeada de los suyos, con el pequeño Luca dormido en brazos de Bianca, y con Dante a su lado, la ilusión de paz parecía real.
—Por su compañía—dijo con voz firme—, y por qué siempre estén bien.
Las copas se alzaron en un reflejo unánime. Alonzo, de pie cerca del muro sur, asintió sin sonreír, sus ojos siempre vigilantes. Giuseppe bebía lentamente, como si el vino pudiese limpiar las heridas del pasado.
Dante tomó la mano de Aurora con suavidad y apretó sus dedos. Por un momento, todo parecía estar bien.
Pero la calma no es más que el suspiro antes del caos.
Una explosión retumbó a lo lejos, poderosa y repentina, rompiendo la atmósfera como un hachazo. El suelo vibró bajo sus pies. Una columna de humo negro se alzó detrás de la fila de v