En el consejo de ancianos, Kaen hablaba con todos. Su voz resonaba en la sala, firme y decidida, mientras daba órdenes que eran recibidas con asentimientos de aprobación.
Era un líder nato, pero en ese momento, la carga de la responsabilidad pesaba sobre sus hombros como una pesada losa.
—Por ahora, vamos a concentrarnos en que la manada Luna Nueva se vuelva fuerte y estable, que todos lo sientan de esa manera —declaró, sus ojos recorriendo los rostros de los ancianos, buscando en ellos el apoyo que necesitaba.
La manada había pasado por tiempos difíciles, y él sabía que debía infundirles confianza.
Los ancianos estaban de acuerdo con Kaen, pero en sus miradas había una mezcla de preocupación y esperanza, un reflejo de la inestabilidad que acechaba a su comunidad.
Justo cuando la reunión llegó a su fin, un guardia entró corriendo, su respiración entrecortada y su rostro pálido. Kaen lo miró con duda, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.
—¡Hubo un ataque terrible, Alfa! ¡Es sob