Kaen ordenó que llevaran el cuerpo de Ruby a la mansión, su mente nublada por el dolor y la rabia.
El aire estaba cargado de una tensión palpable, como si el mismo cielo supiera lo que había sucedido y se preparara para llorar.
Mientras los hombres cumplían su orden, él se sumió en sus pensamientos, recordando cada momento compartido con Ruby, cada risa, cada confidencia. Su pérdida era un golpe devastador, un vacío que amenazaba con consumirlo por completo.
Al llegar a la mansión, Kaen entró casi como un lobo herido, con la cabeza gacha y los ojos llenos de una furia contenida.
Era una bestia a punto de estallar, y en su interior rugía una tormenta de emociones.
Recordaba la voz de ese lobo salvaje, el que había traído el caos a su vida. Ese mismo lobo ahora estaba encerrado en un calabozo, y Kaen estaba decidido a que pagara por el daño que había causado.
Sin embargo, entre toda esa ira, había un objeto que lo mantenía en el presente: un collar que había pertenecido a Isabella.
Lo so