Pronto llegó el día de la competencia de manadas, un evento que cada año reunía a los lobos más fuertes y a las Lunas más prometedoras.
Isabella estaba tensa, con el corazón golpeando en su pecho a cada paso.
Su respiración era superficial, apenas perceptible, mientras observaba a los demás competidores, lobos y lobas de fuerza y experiencia que ya se movían con seguridad en la arena.
Kaen, a su lado, parecía tranquilo, seguro de cada movimiento, como si conociera cada secreto de la competencia antes de que ocurriera.
Su presencia le daba calma, un soporte silencioso, aunque Isabella sabía que no podía depender únicamente de él; su desempeño debía ser impecable por sí misma.
Al llegar al evento, Dante se interpuso en su camino, su mirada dura y fría como el acero. Su sonrisa era cruel y burlona, cargada de desprecio.
—¿De verdad crees que ganarás? Isabella, mírate… eres demasiado ingenua, demasiado débil. Una ciega como tú pretendiendo ser la Luna de manada… —sus palabras resonaban co