Claire fue arrastrada al calabozo entre gruñidos y el eco metálico de las cadenas.
La arrojaron al suelo, la puerta de hierro se cerró con un golpe seco, y el sonido resonó en la oscuridad como una sentencia. El aire olía a humedad y a miedo antiguo.
Ella respiraba con furia contenida.
Cada inhalación era un rugido que no lograba salir. Quería gritar, romperlo todo, morder hasta la sangre, pero no lo hizo. Se limitó a mirar el muro, con los ojos encendidos de rabia y una desesperación que se clavaba en su pecho.
—Malditos todos… —susurró con la voz ronca—. No saben lo que soy capaz de hacer.
Pero ni siquiera su loba respondió. Estaba agotada, rota por dentro, y el silencio era su único compañero.
***
En otro punto de la mansión, Isabella caminaba de un lado a otro en su habitación.
Su respiración era entrecortada, su corazón golpeaba fuerte contra el pecho. Había decidido irse, huir de todo. No podía más.
Tomó una bolsa, guardó pocas cosas. Su instinto le pedía escapar antes de volver