Isabella perdió el control de sus impulsos, su respiración entrecortada se mezclaba con el latido frenético de su corazón. La tensión acumulada explotó en un instante y, sin medir consecuencias, se lanzó contra él con la fuerza de su deseo contenido.
Se acomodó a horcajadas sobre su cuerpo, como si hubiese esperado toda una vida por ese instante, y lo miró fijamente, con los ojos brillantes, dominados por el instinto salvaje de su loba.
Kaen la observó con intensidad, como si luchara contra sí mismo. Su mandíbula se tensó, su pecho subía y bajaba con un ritmo descontrolado.
—¿Isabella… puedes verme? —preguntó con voz grave, como si esperara que aún quedara un atisbo de razón en ella.
Pero ella no respondió.
Sus labios temblaron un instante antes de acunar su rostro con ambas manos, como si se aferrara a la única verdad que existía en ese momento: él.
Y lo besó, con un hambre tan desesperada que no dejaba espacio a la lógica.
Kaen quiso alejarla.
Sabía lo que sucedía, sabía lo que sign