Al despuntar el alba, la noticia corría como un incendio imparable por todo el territorio de la manada.
Cada rincón, cada casa, cada callejuela estaba cargada de murmullos y voces que se unían en un lamento colectivo.
—¡Murió la hija del difunto Alfa! —gritó una anciana con lágrimas en los ojos.
—¡Qué tragedia! ¡Se acabó la esperanza! —replicó un hombre con el rostro demacrado por la desilusión.
El aire se volvió pesado, como si incluso el viento llevara consigo la noticia de la desgracia.
Los rumores no tardaron en hacerse aún más grandes.
—Dicen que era ciega, pero aun así logró casarse con un sirviente mudo… —susurró una joven, mientras tapaba su boca con incredulidad.
—Un mudo con poder de Alfa… ¿Quién puede creer semejante cosa? —contestó un anciano entre carcajadas amargas.
El murmullo se transformó en un río de quejas, de descontento y miedo.
—Ella era nuestra salvación, hija de la Luna Blanca, enviada para protegernos, para salvarnos del hambre y de la oscuridad.
—Ahora, sin el