En la otra habitación del hospital, el cielo iba oscureciendo tras la ventana y a Héctor lo atravesó una inquietud sin motivo.
Charlotte notó el cambio, bajó la mirada y, con los ojos rojos, se hizo la lastimosa:
—Héctor, ¿puedes quedarte conmigo esta noche? Tengo miedo. No me dejes sola, ¿sí?
Rompió en sollozos, pequeña y desvalida. Héctor estuvo a punto de decir que sí, pero le cruzó por la mente el rostro pálido de Cira Ferrera y sus ojos enrojecidos aguantando el llanto durante el secuestro. Un pinchazo le apretó el pecho, menudito y punzante.
Frunció el ceño y negó con suavidad:
—A José García ya lo detuvieron. No tienes por qué temer que vuelva. Ciri quedó muy asustada; tengo que volver a acompañarla. Ya es tarde, descansa. Mañana vengo a verte.
Charlotte dejó de llorar de golpe y lo sujetó del brazo. Forzó una sonrisa tensa.
—Voy contigo. La señorita Ferrera fue secuestrada en parte por mi culpa. Quiero pedirle perdón en persona.
No entendía su cambio de actitud, pero sí sabía q