Capítulo 10
Antes de que terminara de hablar, Héctor le apartó la mano de un tirón.

—Ahora mismo voy a buscar a Ciri. No me sigas complicando las cosas.

—Y escucha: cuando te den de alta, vuelve a tu casa. Y en cuanto se pueda, fijemos una fecha para ir al Registro a firmar el divorcio.

Dicho esto, bajó a toda carrera, tomó un taxi y pidió ir directo a casa.

En el trayecto, marcó una y otra vez el número de Cira. Siempre la misma grabación, impersonal: “El teléfono al que llama está apagado”.

Aun así, se aferró a una hebra de esperanza. “Seguro se quedó sin batería”, se dijo. “En cuanto llegue a casa, la voy a encontrar”.

Apuró al chofer a que acelerara.

Pero cuando abrió la puerta y vio la sala, vacía y extraña, se quedó clavado.

El cojín y la manta de Cira en el sofá, su taza de cerámica en la mesa, las figuritas que ella atesoraba en la vitrina…

Todo lo de Cira había desaparecido.

Tropezando, llegó hasta el armario y lo abrió con manos temblorosas. Ahí guardaban lo que Cira preparó para su boda
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