El teléfono sonó varias veces. Estaba a punto de cortarse cuando alguien contestó.
—Héctor, trae a Charlotte ahora mismo. Si en quince minutos no la veo, olvídate de volver a ver a tu novia.
Al ver el cuchillo pegado al cuello de Cira Ferrera, Héctor se quedó sin aire.
—No le hagas daño. ¿Dónde estás? Voy para allá —y, volviéndose—: Charlotte, José García secuestró a Cira; dile que no la lastime.
La imagen tembló y el rostro de Charlotte apareció en la pantalla.
—¿José García?
El hombre la miró fijamente.
—Soy yo, Charlotte. Me prometiste que te casarías conmigo. Lo dejé todo por ti. No puedes abandonarme…
Su voz fue subiendo de tono. La hoja rozó la piel de Cira y le abrió una línea de sangre. Ella soltó un quejido.
Héctor sintió que el corazón se le detenía.
—¡No la toques! Ciri, no tengas miedo. Voy a sacarte de ahí.
Al verlo tan alterado, a Cira se le nublaron los ojos. Apretó los labios para no llorar. Entonces Charlotte dijo algo que la dejó helada.
—No te pongas así, Héctor. Ese hombre no es José García. Señorita Ferrera, entre Héctor y yo no hay nada. No necesitabas montar este numerito para probarlo.
Héctor frunció el ceño. La duda le cruzó la cara.
A Cira se le fue el alma a los pies.
—No estoy fingiendo. Héctor, créeme una vez. Solo una…
En la otra punta, Charlotte suspiró, cansada.
—Deja de forzarlo, ¿sí? Si me voy por mi cuenta, ¿vas a dejar de hacer estas cosas?
El rostro de Héctor se endureció.
—Cira Ferrera, no tengo tiempo para tus juegos. Aunque de verdad te hubieran secuestrado hoy, no voy a dejar que Charlotte se vaya.
Cortó la llamada sin titubear.
Cira se quedó mirando la pantalla, vacía, con el frío metiéndosele hasta los huesos.
La voz de José García retumbó a su espalda, llena de rabia:
—La culpa es tuya por ser la novia de Héctor López. En otra vida, abre los ojos y no te metas con él.
***
Cuando Cira volvió en sí, estaba en una cama de hospital.
Héctor, sentado al lado, la miraba con nerviosismo.
—Ciri, despertaste. ¿Te duele algo?
Tenía la mente hecha un nudo. Pero no olvidaba que él le creyó a Charlotte y la dejó a merced del peligro. Si un vecino no hubiera intervenido, quizá no estaría viva.
—Perdóname, fue culpa mía —balbuceó Héctor—. No debí desconfiar. No conocía a José García y no imaginé que de verdad fuera él…
Cira retiró la mano y lo cortó, impasible:
—¿Charlotte tampoco conoce a José García?
Héctor se tensó. Contestó con la voz áspera:
—Estaba oscuro. No lo reconoció. Cuando supo que sí era él, lloró de la culpa un buen rato. Ya lo detuvieron, de todos modos. No la sigas culpando, ¿sí? Ciri, tú eres la más noble…
Ella casi pierde la vida. Charlotte soltó un par de lágrimas… y Héctor quería que la perdonara.
Una enfermera entró de golpe:
—Señor López, la señorita Vega despertó. Entre lágrimas pidió verlo.
Por primera vez, Héctor no salió corriendo. Se quedó mirándola, terco. Cira esbozó una sonrisa cansada.
—Ve. Estoy agotada. Quiero dormir.
Héctor creyó que eso significaba que ella había perdonado a Charlotte. Le subió la manta con cuidado.
—Voy y vuelvo enseguida.
Se fue tras la enfermera.
Unos minutos después, Cira hizo sola el papeleo de alta, salió del hospital y tomó un taxi. En el camino, le llegó una foto de Charlotte.
Héctor, de rodillas, le sostenía el tobillo y le ponía el zapato con esmero.
Sin leer lo que ella empezaba a escribir, Cira la bloqueó.
Al llegar a casa, fue directo al estudio. Sacó del cajón de seguridad el acta falsa de matrimonio, la rompió sin dudar y la dejó caer en el cesto.
Luego tomó su maleta y partió al aeropuerto.
¡Desde ese momento, en su futuro no habría lugar para Héctor López!