Capítulo 2
El celular que Héctor había dejado sobre la mesa de centro sonó de pronto.

En la quietud de la sala, el tono exclusivo que tenía para esa persona resaltó con fuerza.

Cira dudó un instante, pero terminó acercándose.

No alcanzó a llegar cuando una figura aún envuelta en vapor de la ducha la empujó sin querer. Su espinilla chocó contra la esquina afilada de la mesa; el dolor fue tan agudo que se le humedecieron los ojos al instante.

El responsable, Héctor López, ni se enteró.

Agarró el celular y volvió al baño.

Cira, cojeando por el golpe, alcanzó el sofá. Apenas se sentó, desde el baño llegó la voz del hombre: nerviosa, intentando sonar serena, con un tono de consuelo impostado.

—No tengas miedo. Enciérrate en tu cuarto y no salgas. Voy para allá ahora.

Una punzada amarga le subió al pecho.

Seis años juntos, y ante ella Héctor siempre había jugado a ser frío y racional. Recién hoy, al verlo perder la calma por una llamada, entendió: no era “carácter reservado”. Era falta de amor.

Héctor salió apresurado del baño.

Al pasar junto a ella no se detuvo; solo dejó caer:

—Hay un tema en la oficina. No me esperes.

Y ni reparó en que Cira—la misma que siempre le alcanzaba el abrigo y le pedía que volviera temprano—esta vez no dijo nada ni siquiera levantó la mirada.

Cira se quedó en el sofá mucho rato, hasta que el dolor de la pierna se fue apagando. Entonces se levantó, volvió al dormitorio y empezó a ordenar sus cosas.

Un juego de tazas para novios que llevaba meses guardado y que Héctor jamás usó.

Los anillos de pareja que hizo a mano y nunca alcanzó a entregarle.

El lazo nupcial que trenzó para su ceremonia.

Una lámina grande con la palabra “Amor” escrita cien veces a pulso.

Ahora, todo eso fue a dar sin titubeos a la bolsa de basura.

Dos horas después, la habitación estaba a medio vaciar. Cira apenas suspiró, cuando sonó su celular. La voz de Sofía, su mentora, llegó llena de emoción.

—¡Ciri! Estoy de viaje fuera del país y recién me despierto con esta gran noticia. ¡Bienvenida al equipo! Regreso en una semana; cuando llegue te recojo y nos vamos juntas a Port Aurelia. Pero… ¿no me habías dicho que te ibas a casar? ¿Él va a estar de acuerdo con que te mudes a Port Aurelia?

Cira guardó silencio un segundo.

Durante seis años, casi nadie supo de su relación porque a Héctor no le gustaba llamar la atención. Recién tres días atrás, cuando Sofía le propuso unirse al nuevo estudio en Port Aurelia, Cira le contó que estaba por casarse. Y ahora, a tan pocos días, la realidad se había dado la vuelta.

—No hay problema —dijo con calma—. La boda se canceló.

Héctor, que acababa de llegar y abrió la puerta del dormitorio, alcanzó a oír esa frase. Un destello de alarma le cruzó la mirada.

—¿Cómo que “se canceló la boda”?

Cira se sobresaltó por la voz a su espalda. Recuperó el aire y salió del paso con lo primero que se le ocurrió:

—La de una amiga. Tuvo un problema de última hora y la canceló.

Héctor no sospechó.

—Por cierto —dijo—, en tu cumpleaños dijiste que querías una sesión de fotos en pareja. Hoy me llamó el fotógrafo. Que vayamos mañana.

Cira quiso negarse de inmediato. Pero antes de que abriera la boca, la mirada de Héctor se posó en el tocador, ahora vacío, y frunció el ceño.

—Ciri, ¿estabas ordenando? Siento que faltan muchas cosas.

Cira asintió con naturalidad.

—Ajá. Total, ya no las vamos a usar. Solo ocupaban espacio.

Por algún motivo, a Héctor le nació una incomodidad difícil de nombrar...
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