Al notar que la mirada de Héctor se quedaba fija un buen rato en la mesa despejada, Cira se tragó la negativa que tenía en la punta de la lengua. Solo quería irse sin ruido, sin más complicaciones.
—Descansa temprano —dijo con voz neutra—. Mañana tenemos la sesión de fotos, ¿recuerdas?
Como no vio nada raro en el rostro de Cira, Héctor no insistió.
Esa noche, con pensamientos opuestos, durmieron de espaldas.
A la mañana siguiente, Cira salió arrastrando con esfuerzo una bolsa de basura para tirarla al contenedor del edificio. Héctor se la quitó de las manos y, extrañado, preguntó:
—¿Por qué pesa tanto? ¿Qué traes ahí?
Estiró una mano para abrir la bolsa, curioso. Cira, por reflejo, sujetó su antebrazo.
—Puras cosas que ya no sirven.
Justo entonces llegó el elevador. Con la interrupción, a Héctor se le fue el interés. Caminó hasta el contenedor y arrojó la bolsa sin dudar. Cira sintió, por primera vez en mucho tiempo, el cuerpo más liviano.
En el estudio fotográfico, una asistente los condujo a elegir vestuario. Ante el desfile de vestidos de novia, Cira iba a preguntar si tenían otro tipo de outfits, cuando Héctor se detuvo frente a un modelo.
—Ciri, ponte este. Dijiste que te gustaba este estilo, ¿te acuerdas?
Era un vestido de novia de estilo palaciego. Hacía medio mes Cira le había enviado a Héctor un diseño parecido. Si no hubiera descubierto lo de Charlotte, se habría conmovido al saber que él recordaba sus gustos. Ahora, en cambio, no sintió nada. Ni ganas de buscar otra cosa: asintió y siguió la corriente.
Pocos minutos después, mientras una asistente acomodaba con cuidado la falda amplia, sonrió y comentó:
—Se ven súper enamorados. Él eligió perfecto: le queda increíble. Las fotos van a salir soñadas.
No terminó la frase cuando apareció otra chica, caminando con cautela.
—El señor López dijo que surgió una urgencia en la oficina. Hoy le hacemos a usted una sesión individual y en unos días vuelven para la de pareja…
La sonrisa le temblaba y se quedó a prudente distancia, como si temiera una explosión. En ese estudio ya habían visto escenas así. Pero Cira solo asintió, tranquila.
Al terminar, tomó un taxi y volvió sola.
Antes de abrir, escuchó en la sala la risa melosa de una mujer.
—Héctor, quién diría que después de tantos años volvería a comer algo hecho por ti.
En el comedor, Héctor, con gesto natural, dejó un camarón recién pelado en el tazón de la mujer. Estaba por decir algo cuando se giró y vio a Cira en la puerta. Se quedó pasmado un par de segundos y entonces recordó presentarlas.
—Ciri, ella es Charlotte Vega. Está pasando por un momento complicado, así que se quedará unos días.
Charlotte la recorrió con una mirada rápida y habló con vocecita dulce:
—Tú eres la novia de Héctor, ¿verdad? Me contó de ti. Gracias por recibirme. Por cierto, hizo mis camarones al ajillo favoritos. Siéntate, come con nosotros.
Dicho eso, se levantó, cedió la silla de enfrente y se sentó junto a Héctor, con toda la confianza de una dueña de casa.
Cira había querido creer que todo era idea de Héctor. Ahora veía que eran tal para cual.
—Coman ustedes. Estoy cansada. Voy a recostarme.
Se dio la vuelta rumbo al dormitorio y, al abrir, se quedó helada con lo que vio detrás de la puerta.