Mundo ficciónIniciar sesiónEl amanecer llegó frío y silencioso. Darius despertó a Elizabet no con una caricia, sino con un toque firme en el hombro. Sus ojos azules ya no contenían la suavidad de la noche anterior; eran los ojos gélidos y alerta de un guerrero preparándose para la batalla. La intimidad de la cueva se había disipado, reemplazada por la cruda realidad de la misión que tenían por delante.
Comieron en silencio, un último desayuno de carne seca en el refugio que se había convertido en su santuario. Elizabet se vistió con el conjunto de piel de ciervo, el cuchillo que él le había dado atado a su muslo. Se sentía como una guerrera, una compañera digna del hombre que se preparaba a su lado. Darius recogió sus pocas posesiones: el cristal de energía rojo, la garra tallada, un odre de agua y un hacha de piedra que ató a su espalda.
Cuando salieron de la cueva, el aire de la mañana era fresco y olía a rocío. Darius no miró hacia atrás. Se adentraron en la jungla, pero esta vez el viaje era







