La lluvia caĂa con un ritmo constante sobre los tejados de piedra del refugio. Era una noche gris, sin luna, y cada gota parecĂa traer consigo un recuerdo o un susurro del pasado. Eira estaba sentada en el umbral de la vieja cabaña que alguna vez perteneciĂł al sanador del norte. En sus manos sostenĂa un pequeño cuaderno empapado: las notas del alfa caĂdo que alguna vez tratĂł de romper la maldiciĂłn que aĂşn pesaba sobre ellos.
Desde el bosque, Aidan regresaba con el paso firme pero la mirada ausente. Sus botas estaban cubiertas de barro y el abrigo negro le goteaba agua hasta formar charcos. HabĂa pasado horas patrullando más allá del lĂmite invisible que la manada se habĂa prometido no cruzar. Algo lo llamaba más allá de los árboles, una energĂa familiar y peligrosa.
—¿Fuiste otra vez al claro? —preguntó Eira sin mirarlo, su voz suave, como si hablara con una sombra.
Aidan se detuvo. SabĂa que mentirle no tenĂa sentido.
—SĂ.
—¿Lo escuchaste de nuevo?
Él se acercó lentamente y se