El eco de las palabras pronunciadas en el claro todavĂa vibraba en el aire cuando Eira y Aidan llegaron a la sede del Consejo. La vieja cĂșpula de piedra, tallada con runas antiguas y enredada de musgo vivo, parecĂa observarlos con ojos centenarios. Nunca antes se habĂa sentido tan opresiva, tan viva⊠como si las paredes mismas escucharan y juzgaran.
Eira caminĂł al lado de Aidan sin decir una palabra, aunque su mano seguĂa apretada contra la de Ă©l, firme, como si al sostenerlo tambiĂ©n pudiera contener el huracĂĄn que ella sabĂa se avecinaba.
En el interior del salĂłn principal, los cinco miembros del Consejo ya los esperaban. Todos habĂan sido convocados de emergencia tras la visiĂłn que Eira habĂa tenido al tocar el corazĂłn espiritual de la maldiciĂłn, la sombra que Aidan cargaba desde su nacimiento.
La anciana Velna, de ojos blancos como la niebla y cabello trenzado con plumas, fue la primera en hablar.
âDices que la maldiciĂłn no fue puesta⊠sino que naciĂł con Ă©l âdijo con voz grave, aca