La mansión al norte de la ciudad permanecía en silencio, ajena al caos que consumía las calles. Mientras el humo negro se elevaba hacia el cielo nocturno y las sirenas aullaban como lobos heridos, Viktor Sokolov observaba las noticias en su estudio privado, una copa de vodka en su mano y una sonrisa apenas perceptible curvando sus labios.
En la pantalla, helicópteros de noticias capturaban el infierno que Iván Petrov había desatado. Tres clubes ardiendo. Almacenes destruidos. El puerto bloqueado. Y en el centro de todo, Aleksandr Volkov corriendo de un lugar a otro como un perro persiguiendo su propia cola.
—Patético —murmuró Viktor, tomando un sorbo de su bebida.
Durante cinco años, Viktor Sokolov había sido el socio más confiable de Aleksandr. El hombre que manejaba las operaciones legítimas del imperio Volkov, el que lavaba el dinero sucio hasta que brillaba como oro puro, el que asistía a galas benéficas sonriendo a los mismos políticos que Aleksandr tenía en su bolsillo.
Era el l