El dolor había cesado finalmente.
Valeria yacía en una cama que olía a humedad y desinfectante, mirando el techo manchado de la habitación donde Iván la mantenía prisionera. El médico —un hombre mayor con manos temblorosas y ojos que se negaban a encontrar los suyos— le había inyectado algo que calmó las contracciones. Por ahora.
—El bebé está bien —había murmurado antes de salir—. Pero otro episodio como ese...
No había terminado la frase. No había necesitado hacerlo.
Valeria acarició su vientre, sintiendo las patadas suaves de su hijo. Todavía estaba ahí. Todavía estaba luchando. Como su padre.
Aleksandr.
Se preguntaba si él sabía ya que la habían tomado. Si estaba buscándola. Si...
La puerta se abrió. Valeria se tensó, esperando ver a Iván con su sonrisa cruel. Pero no era él.
Era un hombre alto, de traje impecable, cabello castaño perfectamente peinado y ojos que estudiaban todo con precisión quirúrgica. Llevaba una carpeta bajo el brazo y caminaba con la confianza de alguien acos