El amanecer llegó sin que Valeria hubiera pegado un ojo. Había pasado toda la noche mirando el techo, el teléfono escondido bajo su almohada quemando como carbón ardiente, las palabras de Iván resonando en su mente como campanas fúnebres. 3 AM había llegado y pasado. La ventana de escape se había cerrado.
No había huido.
Pero tampoco había decidido quedarse. Simplemente se había congelado, paralizada entre dos opciones imposibles, hasta que el tiempo tomó la decisión por ella.
Ahora, mientras la luz gris del amanecer se filtraba por las cortinas, Valeria se obligó a levantarse. Su cuerpo se sentía pesado, como si hubiera corrido un maratón. Cada músculo protestaba mientras caminaba hacia el baño, evitando su reflejo en el espejo.
Necesitaba actuar normal. Aleksandr no podía saber sobre el teléfono, sobre la llamada de Iván, sobre su casi-escape. Necesitaba tiempo para pensar, para planear, para entender qué demonios iba a hacer con su vida.
Cuando finalmente se obligó a mirarse en el