Valeria pasó el resto del día encerrada en su habitación, evitando cualquier contacto con el mundo exterior. Su cuerpo todavía ardía con los recuerdos de lo que había pasado en el comedor, cada marca que Aleksandr había dejado en su piel palpitando como un reproche. Se había duchado tres veces, intentando lavar la sensación de sus manos, pero era inútil. Él estaba grabado en ella de formas que iban mucho más allá de lo físico.
La tarde se deslizaba hacia el crepúsculo cuando escuchó un golpe suave en su puerta. Valeria se tensó inmediatamente, esperando que fuera Aleksandr. Pero la voz que llegó desde el otro lado era diferente.
—Señorita Montes, tiene una visita —anunció el ama de llaves—. Dice que es importante.
Valeria frunció el ceño. No esperaba a nadie, y Aleksandr había sido muy claro sobre no permitir visitantes sin su aprobación explícita.
—¿Quién es? —preguntó, acercándose a la puerta pero sin abrirla.
—Dice llamarse Nikolai —respondió el ama de llaves con un tono que sugerí