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El día transcurrió en un silencio tenso que se extendía por toda el departamento como niebla tóxica. Valeria había permanecido en su habitación, mirando por la ventana sin ver realmente nada, una mano constantemente posada sobre su vientre como si pudiera proteger a su hijo del mundo que lo esperaba.

Cuando el sol comenzó a descender, pintando el cielo de naranjas y rojos que parecían sangre derramada, escuchó el sonido de pasos acercándose por el pasillo. Reconoció el ritmo inmediatamente. Aleksandr.

La puerta se abrió sin que él tocara. Otro recordatorio de que aquí, en este lugar, la privacidad era una ilusión que él le permitía tener.

—No cenaste —dijo él a modo de saludo, entrando con una bandeja en las manos. No era Marina quien la traía. Era él personalmente.

—No tengo hambre —respondió Valeria sin volverse, manteniendo su mirada en la ventana.

—El bebé necesita que comas —insistió Aleksandr, dejando la bandeja sobre la mesita junto a la cama.

—El bebé está bien —replicó ella, s
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