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Las ocho de la mañana llegaron demasiado rápido. Valeria estaba lista, con la maleta junto a la puerta, cuando sonó el timbre.

Pero no era el auto de Viktor.

Era Aleksandr.

—No vas —dijo sin preámbulos—. He encontrado una manera.

—No hay manera. Ya hablamos de esto.

—Sí hay. He contactado a mis abogados, a contactos en Washington, a gente que me debe favores. Puedo romper este contrato.

—¿En cinco horas? ¿Antes de que Viktor venga?

—Si no viene a buscarte, no puede llevarte.

—Entonces viene por Dmitri. ¿Es es

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