14. ¿Decepcionado?

El sol apenas asoma entre las montañas cuando Eryx había bajado al campo de entrenamiento, su pecho desnudo marcado de cicatrices, los puños envueltos en vendas, el ceño fruncido. Golpeó a uno de los machos con los que entrenaba como si fuera una promesa de castigo, como si pudiera sacar de su piel esa sensación maldita, que esa Omega le dejaba cada vez que la veía cerca.

Eryx no estaba entrenando, estaba desquitando su rabia. Su torso desnudo brillaba bajo el sudor, los músculos tensos como si cada fibra de su cuerpo estuviera a punto de reventar. Frente a él, uno de sus hombres caía de rodillas, la sangre corrió por la comisura de los labios. El Alfa lo había golpeado con tal brutalidad que un costado de su mandíbula parecía dislocado.

—¡Levántate! —rugió la voz vibrando con un mando que no admitía réplica.

El macho intentó ponerse de pie tambaleante, los ojos mareados. Eryx no le dio tiempo. Se lanzó contra él como una sombra, un movimiento demasiado rápido para seguirlo y lo derri
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