124. Acuérdate de esto

Él dio otro paso inclinándose más, estaba lo bastante cerca como para que ella sintiera el calor que irradiaba su cuerpo.

—Tus pezones están duros, tu respiración está acelerada. Y entre tus muslos... —bajó la mirada sin disimulo, descarado—. Huele a ti, a deseo. Admítelo, me quieres aunque te odies por ello.

Lana apretó los muslos instintivamente, mortificada al darse cuenta de que tenía razón.

Estaba húmeda.

Dolorosamente húmeda.

—¡No digas locuras! —gritó pero sonó débil, rota.

Ella tenía que alzar la cabeza para poder ver sus ojos, la diferencia entre ambos era devastadora, él era control y fuego, ella, temblor y vértigo.

Aunque no le gustaba admitirlo, Eryx era un pecado, la encarnación del deseo y del peligro,

Lana atrapada en su mirada, solo pudo pensar que ningún macho debería verse así.

Tan hermoso.

Tan cruel.

Eryx ladeó apenas la cabeza, los ojos descendiendo lentamente por su cuerpo desnudo, deteniéndose en cada curva.

Su respiración se volvió más profunda, el pulso visible
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