El mensaje llegó cuando Adriana estaba en la biblioteca universitaria. Un texto simple: «Tengo información sobre el incidente. Puedo ayudarte a limpiar tu nombre definitivamente. Ven sola. Nadie debe saber.» Adjunta venía una dirección en los límites de la ciudad, en una zona industrial abandonada.
Adriana sabía que era imprudente. La parte racional de su cerebro le gritaba que informara a Lucien, pero algo más profundo la empujaba a actuar por su cuenta. ¿Cuánto tiempo más soportaría ser una pieza en el tablero de otros? Esta podría ser su oportunidad de resolver el problema que ella misma había creado.
El taxi la dejó a dos cuadras del lugar. El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos rojizos que se reflejaban en los cristales rotos de las ventanas de la fábrica abandonada. El olor a óxido y humedad impregnaba el