Stella era una joven hermosa de 18 años, distinta a sus hermanos mayores Arthur y Louis no solo por su belleza, sino también por su sensibilidad y humildad. Cuando su padre, el Duque Alexander, se volvió a casar, la vida de Stella cambió drásticamente: su padre se ausentaba cada vez más y la presencia de su madrastra Amelia se convirtió en una sombra cruel que la maltrataba, deseando que todo el amor se dirigiera únicamente a su propia hija Sofía. Mientras tanto, sus hermanos, cegados por el cariño hacia Sofía, no percibían el sufrimiento de Stella. Pero todo cambió al conocerlo a él, un hombre temible y envuelto en oscuridad, que irrumpió en su existencia y transformó para siempre aquella vida miserable y llena de dolor. Entre el miedo y el destino, Stella se encontraba entre la muerte y una decisión que tomar, un cambio que la llevaría a enfrentarse a un mundo tan desconocido para ella, donde el amor y el infierno se entrelazan.
Leer másEn una hermosa tarde el Duque Alexander, había regresado de su largo viaje, él siendo una figura imponente y de carácter fuerte, ordenó tener una cena familiar, donde cada miembro de la familia ya se había sentado a la mesa.
“¿Dónde está Stella? Ordené que todos estuvieran a la mesa” dijo con frialdad, mientras sus ojos examinaban cada detalle de su alrededor. “Cariño” la madrastra de Stella, con una sonrisa tan hipócrita, tan falsa que escondía sus malas intenciones, abrió su asquerosa boca para justificar la ausencia de Stella. “Stella, no podrá acompañarnos en esta cena, lamentablemente esta algo enferma” “¿Enferma?” la miró directamente. “Cariño, todo está bien, ella ha tomado su medicamento, antes de venir a la reunión, fui a verla, estaba completamente dormida” lo dijo con un tono suave y dulce, dirigiendo su mano fría hacia el brazo del Duque. El Duque con un suspiro, que cargaba años de ausencia y silencio, añadió con voz suave pero firme: “Como su padre me preocupa que este en ese estado, solo cuídala y dale amor, mientras no estoy… Mañana iré a verla a su habitación” La cena había terminado. El Duque se dirigió hacia su oficina con pasos firmes y decididos, dejando atrás el eco de su presencia imponente. Mientras tanto, Amelia se encaminó hacia la habitación de Stella. Abrió la puerta con suavidad, pero su mirada era dura y penetrante, dejando claro que su visita no era para consolar, ella tramaba algo mucho peor. “Madre...” La voz de Stella tembló, reflejando el miedo que no podía ocultar hacia su madrastra. Amelia la miró fijamente, con una mezcla de amenaza y frialdad apenas disimuladas. “¡Mañana tu padre vendrá a verte!,” dijo pausadamente, “¡y si le dices algo sobre esos moretones y sobre aquello, te aseguro que no lo volverás a ver! ¡¿Entendido?!” Stella asintió, apenas podía mirarla a los ojos. “Sí, madre.” La mujer prosiguió con un tono autoritario: “Le dirás que estás enferma y que tienes algo de fiebre. No quiero problemas, y menos que se entere de lo que sucede realmente aquí.” Un frío recorrió a Stella en todo su cuerpo, mientras trataba de contener las lágrimas que amenazaban con salir, ella solo quería escapar de ese sufrimiento. Al día siguiente, el duque Alexander llegó a la habitación de Stella, tan temprano como la luz comenzó asomarse por las cortinas. Sus pasos firmes resonaban en el pasillo silencioso, conscientes de que aquel encuentro sería crucial. Abrió la puerta de la habitación de Stella y encontró a su hija recostada en la cama, pálida y débil, con sus ojos aún cargados de ese brillo apagado que solo la tristeza puede dejar. Se acercó con una mezcla de sorpresa y preocupación, observando los pálidos tonos de su piel y la forma en que su respiración era corta y débil, parecía que iba a morir, Se veía demasiado enferma. “Stella,” dijo con voz profunda pero controlada, “me dijeron que estabas enferma.” Ella apenas pudo responder, “lo siento padre”, él se sentó al borde de la cama, contemplándola detenidamente. Ella quería decirle todo a su padre, pero temía de ser ignorada por él, Stella recordaba las palabras de su madrastra, el secreto que debía ocultar. Su corazón palpitó con fuerza, temerosa de romper el delicado equilibrio que mantenía oculta la verdad. “¿Hay algo que quieras decirme? Soy tu padre, puedes confiar en mi” “Solo quiero decirte que te quiero” Stella sabía que revelar esa verdad podría cambiarlo todo, pero también la condenaría a perder lo poco que quedaba de protección en su vida. Pero, ¿De qué verdad se refería ella? Era un secreto, sabia como su madre había sido asesinada y quien era el culpable, una realidad que pesaba en su alma y que nadie debía descubrir. El Duque se acercó más a ella, con una expresión diferente, más suave y cercana. “Hija, hay algo que quiero decirte,” comenzó acercarse más, con un tono que reflejaba un deseo de acercamiento. “Quería compartir más contigo, pero tengo que volver a salir. Por favor, Toma todos tus medicamentos y cuando regrese, podemos salir a comer algo delicioso.” La esperanza brilló en los ojos de Stella, era una oportunidad que debía aprovechar, con algo de desesperación, respondió: “¿Padre, puedo ir contigo?” El hombre negó con tristeza, su voz firme pero cargada de pena: “No, estás muy mal. Tienes que descansar.” “Padre, yo quiero estar contigo... No me dejes, por favor,” suplicó Stella con lágrimas asomándose en sus ojos. El duque la miró con ternura y apretó su mano con suavidad y delicadeza. “Lo siento, te amo mucho, pero este viaje es muy largo y no es bueno para tu salud. Por favor… solo espera, Papá regresará en una semana.” “Está bien papá, solo no tardes y tráeme un lindo vestido” “Te traeré el más bonito, lo prometo” Mientras se levantaba para salir, una mezcla de amor, culpa y preocupación quedó suspendida en el aire, marcando la distancia temporal y emocional que los separaba, sin saber que el destino los alejaría. La noche había caído, con una oscuridad tan intensa, no se veía la hermosa luz de la luna, ni aun así las estrellas. Todo se había vuelto misterioso, las mujeres más bellas desaparecieron sin dejar rastro, atrapadas en un castillo donde la niebla no permitía ver más allá del terror y el miedo. Stella, una joven tímida con un corazón lleno de bondad, despertó encadenada junto a otras chicas, rodeada de susurros y llantos que se perdían en el silencio impuesto por una voz imponente. “¡¡¡SILENCIO!!!,” ordenó un hombre alto de cabello rubio, cuya presencia era temible, mientras una sombra oscura se reflejaba detrás de él. “Mi señor ha decidido escoger a una esposa entre ustedes, pero él detesta a las chicas ruidosas.” El miedo dominaba el aire, todas intentaban apaciguar su llanto y su miedo de ser asesinadas, nadie era capaz de levantar su mirada y en medio del grupo, una niña de apenas doce años suplicaba por su vida: “Señor quiero ir a mi casa”. De repente, una sombra tan oscura apareció ante ella, transformándose en el mismo hombre temible, extendió su mano y la tomó por el cuello con una fuerza brutal, la levantó como si fuera un objeto sin nada de valor, listo para acabar con la vida de ella. Todas gritaron horrorizadas, como si esperaban que alguien las ayudara de tal peligro, pero nadie respondería a sus gritos. “¡¡¡¡¡¡¡DIJE, QUE SILENCIO!!!!!!!” Stella con las manos temblorosas por el miedo y la rabia contenida, quitó su zapatilla, quedando así su pie descalzo, mientras el frío emanaba del inmenso piso, en un impulso desesperado, le arrojó con todas sus fuerzas hacia la cabeza de aquel hombre rubio. Al chocar el zapato en su cabeza, resonó en el silencio tenso del castillo, y por un instante, el tiempo pareció detenerse. Lo que parecía un destino marcado e inevitable, cambió al instante. Aquella joven, presa del temor, pero con una valentía inesperada, alzó la voz con firmeza: “Por favor, señor, bájala. Es solo una niña, todavía no está en edad de casarse.” El hombre rubio, palpando la molestia en su cabeza, giró lentamente hacia Stella con una mezcla de sorpresa e ira en sus ojos helados. “¿Me acabas de golpear con un zapato? ¿Cómo te atreves a hacer semejante osadía?” susurró con una voz cargada de amenaza, mientras una sombra oscura crecía tras él, intensificando la tensión en la sala. Cuando el hombre rubio bajó a la pobre niña, haciéndola caer al piso con rudeza, parecía dispuesto a darle una lección a aquella mujer imprudente que había osado en lanzar su zapatilla. La atmósfera se volvió aún más opresiva, y un silencio tenso llenó el espacio. Pero entonces, una voz de poder resonó desde lo profundo del castillo, deteniéndolo en seco: “Ya es suficiente.” Todos voltearon a ver a la figura que acababa de aparecer, alguien cuya presencia imponía respeto y temor a la misma vez. Con esa simple frase, el hombre nuevo no solo frenó la violencia, sino que cambió el rumbo de aquella escena cargada de miedo. Era claro que él tenía la última palabra.Stella no podía comprender cómo Sofía tenía puesto su vestido de novia. Con voz firme y molesta le dijo:“¡Sofía, ese vestido es mío! ¡Quiero que te lo quites!”.Sofía, usando toda su arrogancia y mirando su reflejo en el espejo, respondió con desdén:“Es un vestido muy hermoso, ¿no te parece que me queda mejor a mí?”Stella no podía contener su enojo y alzó la voz con autoridad:“Eres demasiado descascarada, Sofía. Desde que llegaste a esta casa, has querido quitarme todo”. Sofía, con una sonrisa desafiante, replicó: “¿Y qué harás si no quiero quitármelo?”La furia de Stella se estalló y se lanzó hacia Sofía, tratando de quitarle el vestido de novia. En el forcejeo, una parte de la manga del vestido se arruinó."Has arruinado un vestido tan hermoso, Stella, debiste dejar que me lo quedara. Ya que no sirve, se tiene que tirar a la basura… No te enojes hermanita, solo es un vestido de novia".Enfurecida, Stella levantó la mano y le dio una bofetada.“¡En una hora es mi boda y tú has a
Hades se puso en pie con determinación y expresó:“Quiero ver a Stella. Si me permite, quiero ir a su habitación”.El Duque Alejandro manifestó con respeto:“Está bien, señor Hades”.Sofía, con intención de acompañarlo y quizás acercarse más a él, se levantó rápidamente y dijo:“Yo lo guiaré, señor Hades. Después de todo, la mansión es grande y no quiero que se pierda”.Hades aceptó, aunque sintió que no era realmente necesario, y juntos comenzaron a caminar por los pasillos hacia la habitación de Stella.En el camino, Sofía con voz baja pero firme, le dijo:"Mi señor, sé que vino a ver a mi hermana, pero quiero decirle algo. Ella ha estado muy enferma, algunas veces actúa como si estuviera loca. También me preocupa usted; debería buscar a otra princesa que esté sana, me preocupa que no pueda cumplir con el rol de esposa, después de todo, yo he cumplido la mayoría de edad".Hades la miró directamente y contestó con firmeza:“Señorita Sofía, ¿Qué insinúa con lo que dice? Debería tener
En otro lado, Hades estaba detrás de un escritorio en su oficina, algo pensativo. Una voz interrumpió sus pensamientos: “Mi señor, ¿Qué tanto piensa?” Hades levantó la mirada y respondió con sinceridad: “Ciro, en una semana iré a buscar a Stella a su casa. Nunca he estado casado, así que no sé qué hacer.” Ciro sugirió con prudencia: “Mi señor, debería llevarle flores y regalos. De todas formas, ella dejará su hogar, es bueno tener una buena relación con ella y su futuro suegro.” Hades frunció el ceño y confesó: “No sé qué le gusta a ella, es la primera vez que la empiezo a distinguir. Por cierto, ¿Dónde está el informe que te pedí? Ciro se acercó con un expediente en su mano: “Disculpe, mi señor, a eso venía. Esto es toda la información que se recolectó sobre la futura señora.” Hades tomó el informe con interés, consciente de que conocer más sobre Stella era crucial para lo que estaba por venir. “Dime, ¿Qué fue lo que encontraste de Stella?” “Mi señor, su padre es el Duq
Por otro lado, el Duque Alexander entró a toda prisa en la mansión, su rostro reflejaba una mezcla de preocupación y determinación. Sin perder tiempo, buscó a su hija Stella, temiendo por su bienestar.Mientras tanto, Sofía acosaba a Stella con crueles palabras:“Eres una vulgar. Te casarás con un demonio... bueno, es lo mejor para una basura como tú. Lo que no sirve hay que desecharlo.”Stella, con el rostro lleno de rabia y dolor, apretó los puños y respondió con determinación:“Sofía, esto no se quedará así. Voy a hacer que tú y tu madre se larguen de esta casa. Me vengaré de todo esto y también por la muerte de mi madre”.“Eso hay que verlo. De todas maneras, estarás en el infierno, Stella.” dijo Sofía con una sonrisa cruel.Llena de ira, Stella levantó la mano y sin dudar abofeteó a Sofía con fuerza.Justo en ese momento, la puerta se abrió de golpe y una voz profunda resonó con autoridad:“¡¡Stella!!”Sofía, con lágrimas en los ojos, corrió hacia su padre, exclamando: “Padre, St
El Duque Alexander, con el rostro tenso y la voz cargada de desconcierto, preguntó:“¿A qué se refiere con eso? ¿A que una se quedará con usted? ¿Qué quiere decir exactamente?”La sala entera esperaba una respuesta que aclarara el oscuro significado detrás de las palabras de Hades, conscientes de que esa elección podría significar mucho más que un simple regreso.Hades respondió con una calma imponente:"Sí, una de sus hijas deberá quedarse conmigo. No como prisionera, sino como esposa y compañera en el reino que gobierno. Ella será quien comparta mi poder y mi destino. Las demás serán libres, pero aquella escogida marcará el futuro de ambos mundos".Sus palabras resonaron con fuerza, dejando claro que la elección no era solo un capricho, sino una llave para mantener el delicado equilibrio entre la luz y la oscuridad.El emperador, con tono desafiante, preguntó:“¿Qué pasará si ninguna es elegida? ¿Y si nos ponemos en contra de ti, Hades, amo del infierno?”La sala completamente en si
La figura que había irrumpido en la sala era un hombre de presencia imponente, con un traje completamente negro que reflejaban su autoridad. El hombre, al dar unos pasos, sintió que había pisado algo. Su mirada se desvió hacia el suelo y se inclinó para recogerlo: era una zapatilla de mujer, algo desgastada, pero con un aire de delicadeza que destacaba en aquel ambiente oscuro. En ese piso tan frío, muchas mujeres estaban aterrorizadas, sin ninguna esperanza de sobrevivir, atrapadas en el miedo y la incertidumbre. Pero entre ellas, una joven delgada vestida con un simple pijama, él la miró y se dio cuenta de que le faltaba un zapato.“Así que, es tuyo, no es bueno que andes descalza”El guardia, furioso, exclamó: “Señor mío, ¿puedo matarla?, ella me arrojó esa zapatilla a mí”. Su voz estaba cargada de ira, dispuesto a castigar a Stella por su osadía.“Edward” Al escuchar su nombre, Edward sintió una presión intensa en su cuerpo que lo hizo arrodillarse de inmediato. Con voz firme y au
Último capítulo