El viento del norte era tan gélido que sentías cómo desgarraba tu piel.
Era áspero, seco, sin ritmo, como si lo impulsara una furia antigua que no conocía el reposo. Cada ráfaga era un puñetazo de escarcha que le arrancaba el aliento a Rhea y le recordaba que estaba cruzando más que un paisaje: estaba entrando en otro mundo. Uno donde el fuego no era hogar, sino desafío. Uno donde incluso la tierra parecía querer olvidarte.
La nieve no caía, pero el suelo estaba cubierto por una capa de escarcha color ceniza. No era blanca, como había oído en las historias. Era gris, como si el mundo hubiera ardido una vez y el invierno no fuera más que su luto.
Rhea apretó los puños dentro de la capa negra que le había dado Kael. A su lado, el guerrero caminaba en silencio, con la mirada fija en la línea del horizonte, donde montañas negras cortaban el cielo con sus filos irregulares. No había hablado desde que Umbra desapareció en la niebla. No necesitaba hacerlo. Su tensión se sentía a través del v