—Pensé que dormías —me apuro a decir, cerrando la portátil e ignoran-do su pregunta.
—Lo hacía, pero desperté y no estabas en la cama —se toma unos segundos—. ¿Es ella? —curiosea.
—No es nadie. Vamos a la cama —demando, asiéndola por la cintura para llevarla de nuevo a la cama.
—Sé que es ella; a mí nunca me miraste así —se lamenta.
—No el espejo de ninguna forma —gruño. Esto no puede estar pasándome a mí.
—Sí lo haces. ¿Por qué nunca me miraste así? Ni siquiera ahora lo haces —reprocha. Lo que me faltaba, Dios, esto no va a acabar.
—Ya te dije que no miro de ninguna forma a nadie, y no quiero hablar sobre ella —suspiro—. Por favor —digo, mientras la recuesto en la cama.
—Bien, no hablemos más sobre ella; pero un día vas a tener que borrar esas fotos, y así poder empezar a olvidarla —al escuchar eso se me heló la sangre, el vello de mí nunca se erizó y tuve mucha rabia; una furia abrumada que tuve que contener apretando mi mandíbula.
—Esas fotos no se borran, ¿vale? —sueno más brusco