Los dos días pasaron y ya puedo empezar con la siguiente fase del plan; estoy muy nerviosa, y reconozco que también tengo un poco de miedo. Ojalá no se me vaya la mano con esto.
Llegamos a Sudáfrica en uno de los aviones privados de Alex, facilitándonos la escala y la pérdida de tiempo. Poco después ya estábamos en el hotel. Mis ojos no dan crédito a lo que ven, este lugar es una fantasía, se puede ver la playa, el agua cristalina; este sitio es muy hermoso, sillones de un cuerpo de cuero negro, piso parqué negro, muebles de vidrio en color blanco, y en la habitación una enorme cama con sábanas blancas y edredón negro, persianas automáticas, y también con vista al mar. Esto es mejor de lo que esperaba.
—Es hermoso, ¿verdad? —susurra en mi oído, pasando sus brazos por mi cintura y envolviendo mi estómago, pegando mi espalda a su pecho.
—Sí, lo es.
—Creo que este viaje lo necesitábamos los dos —expresa, besando mi cuello.
—Es tan tranquilo —Suspiro—. No sé si esto fue buena idea —enfatizo, y me gira poniéndome de frente a él.
—¿De qué hablas? ¿Por qué lo dices?
—Porque no voy a querer volver.
Me dedica su hermosa sonrisa y me besa.
—Te amo.
—Lo sé —digo con supremacía; él se carcajea tirando la cabeza hacia atrás, dándome una vista de primera plana de su nuez de Adán subiendo y bajando.
—Estoy loco por ti —Irrumpe mi boca en un beso intenso—. Te amo.
—Te amo.
Me alza, enredo mis piernas a su alrededor y me lleva hasta la cama, depositándome allí con cuidado sin dejar de besarme. Me desviste, dejando caer un beso en cada lugar de mi cuerpo que queda expuesto. Muerde mi lóbulo, muerde mi cuello, muerde mi pezón derecho al tiempo que me penetra, arrancando gemidos de ambos.
Luego de estrenar la cama, salimos del hotel en busca de las personas que van a ayudarme a llevar a cabo mi plan. Alex no tiene la menor idea de lo que hacemos aquí, él piensa que solo vamos a bucear; es así que ahora nos encontramos en una clase previa de buceo, las explicaciones básicas que necesitamos para realizar dicho acto. Luego de una hora de clase y estando ya preparados, nos encaminamos hacia el barco, que nos va a llevar a la fase final de mi plan; debo admitir que estoy nerviosísima y cagada de miedo. Antes de subir al barco vendo los ojos de Alex, para que no vea lo que nos podemos llegar a encontrar por el camino; si fuese así, se iría todo mi propósito por la borda. Lo ayudo a subir con cuidado, ya que no puede ver, y una vez arriba nos sentamos para emprender el viaje.
—Sabías que hay tiburones blancos, ¿verdad? —pregunta, quizás para que tenga miedo, pero no va a funcionar.
—No te preocupes a donde vamos a bucear me aseguraron que es zona libre de tiburones.
—Lo dudo —refunfuña.
—No me diga que el gran señor Betanckurt le teme a unos indefensos tiburones.
—No les tengo miedo, solo respeto. ¿Sabías que aquí se los puede ver saltar fuera del agua?
Parece que se informó antes de viajar.
—Ya te dije que no hay tiburones a donde vamos, no seas miedoso —lo aguijoneo. Escucho como suspira sonoramente y me rio por su comportamiento.
—¿Es necesario que tenga los ojos vendados? —pregunta después de unos minutos en silencio.
—Es necesario —me limito a responder.
—¿Qué está tramando, señorita Rinaldi?
—Una sorpresa, señor Betanckurt.
En ese momento quedo en modo mutismo. Esto es increíble, y se me está cruzando por la cabeza el no hacer esto; el verlo con mis propios ojos, me hace replantearme el sí bajar o no. Menos mal que me aconsejaron que si quería darle una sorpresa a Alex debería taparle los ojos, o se daría cuenta de lo que haríamos antes de llegar. Pero ahora tengo más miedo.
—¿A dónde te fuiste? —lo escucho decir.
—Estoy aquí —murmuro, pero sin quitar la vista del océano.
—No parece. Estoy seguro de que me estoy perdiendo de algo —exclama, y no tiene ni idea de cuánta razón lleva.
Uno de los buzos me llama la atención en silencio, para avisarme que ya llegamos a nuestro destino.
—Alex, hemos llegado; ahora voy a quitarte la venda, pero no tienes que abrir los ojos, ¿entendido?
—Ok.
—Hablo en serio, jura que no vas abrir los ojos.
—Lo juro.
—Bien, solo te la voy a quitar para ponerte las antiparras; luego te pondré la venda de nuevo, ¿ok?
—Ok.
—Bien —Le quito la venda y le pongo las antiparras—. No los abras —le ordeno—. Te voy a entregar un teléfono que funciona bajo el agua, a través de él nos vamos a poder comunicar; vamos a necesitar hablar una vez abajo —le informo.
—Podríamos hablar aquí arriba. ¿Por qué bajar para hacerlo? —Me carcajeo, y no respondo nada—. ¿En serio vamos a bajar? —pregunta, mientras le vuelvo a tapar los ojos con la venda arriba de las antiparras.
—Sí, vamos a hacerlo.
Por dentro no estoy tan segura, pero ya no hay vuelta atrás.
—Una vez abajo, ¿voy a poder sacarme la venda?
—Una vez abajo, te saco las vendas yo misma —le aseguro.
Nos ponen el equipo necesario para poder bajar.
Lo guio dentro de la jaula «la jaula que él no vio, por tener sus ojos tapados»; una vez dentro de esta, comienzan a bajarnos y, Dios, creo que se me va a salir el corazón.
En cuanto llegamos, como pensaba que iba a pasar, quiero volver a subir. ¡¡Estoy cagada en las patas!!
Cuando está a la vista mi objetivo, me acerco, posicionándome a un costado de Alex, y con cuidado le saco la venda; apenas sus ojos quedan al descubierto, se pega el susto de su vida.