Después de una semana en Sudáfrica, volvemos a casa; una semana que nunca voy a olvidar, aún no doy crédito a lo que hizo Lina ¿Meternos en medio del océano lleno de tiburones blancos? Dios, casi me infarto cuando me sacó la venda de los ojos; nunca imaginé que haría algo así, ni tampoco que me pediría que me case con ella. Aunque pensándolo bien, por ser ella, hubiera esperado lo de los tiburones, pero no que me propusiera matrimonio. Suena loco, lo sé, pero no olvidemos que es Lina. El que me lo propusiera, fue algo que en verdad nunca vislumbraría que pudiese hacer, estaba seguro que hasta que no hiciera alguna locura para pedirle que se casara conmigo, Lina no iba a ceder, y ahora me sale con esto, ella es la que me lo propone. Sonrío con solo recordar todo lo que hizo, y la pulsera, esa pulsera que me marca como si fuera de ella, bien característico de Lina; pero no necesito una pulsera que diga que le pertenezco, yo ya lo hago, desde hace mucho que es así. Lina tiene que marcar la diferencia, siempre va a ser así; desde el primer día, sin que siquiera lo supiese, ya la había marcado. Es una mujer única, yo lo sé, y soy consciente de que ella va a seguir marcando esa diferencia, que nuestra relación nunca va a ser normal; es fuera de lo común lo que hace cuando está conmigo, lo que hago cuando estoy con ella, lo que hacemos cuando estamos juntos. Si me soy sincero, nunca se me cruzó por la cabeza que haría ciertas locuras por una mujer, ni siquiera el casarme, el estar tan jodidamente enamorado. Mi ángel cambió todo en mí; cada cosa en la que creía, ella hizo que yo las viera desde otro ángulo, hizo que solo creyera en ella y en lo que ella cree.
Estoy jodido, muy jodido, esta mujer me caló hondo, y lo peor «o lo mejor de todo, todavía no decidí qué», es que me encanta todo esto; lo que ella me hace, quien soy cuando estoy a su lado, quienes somos, me encanta.
—Daría todo lo que tienes por saber en qué piensas —la escucho decir, sacándome de mis cavilaciones, y me carcajeo al entender lo que dijo.
—¿Darías todo lo mío para saber qué pienso? —pregunto sonriendo.
—Sí, es que tienes mucho más que yo —ladea la cabeza—, y creo que tus pensamientos valen más que los míos.
—Bueno, en eso tienes razón, mis pensamientos valen más que los tuyos —le aseguro, y veo como su rostro se torna rojo; ella se está enojando, y es tan jodidamente sexy cuando ese color invade su cara.
—Ya tenía que salirte lo arrogante de adentro —Respira profundo—. No sabes lo que pienso, así que no puedes decir si mis pensamientos valen o no.
—De hecho, sí puedo —digo con supremacía y elevo una ceja, sé que eso le molesta.
—Ahora eres psíquico, que...
Corto con su palabrería, besándola como sé que le gusta.
—Tú —digo sobre su boca; ella mueve sus ojos sin entender lo que digo—. Tú eres mi pensamiento más valioso; por eso valen más los míos que los tuyos, porque pienso en ti... siempre.
Ella toma mi boca y, Dios, amo cuando lo hace, cuando toma el control de mis labios, sin embargo, nunca se lo voy decir.
Llegamos a casa y, como habían dicho, todos están aquí; desde los padres de ella hasta... ¿mi madre? ¿Qué hace aquí?
—¿Madre? —murmuro, sorprendido al verla.
—Vaya, si sigues mirándome así, voy a pensar que no me querías aquí —esboza, y luego me da dos besos.
—Sí que te quiero aquí, solo que no lo sabía, no sabía que vendrías.
—Lo sé, Lina me llamó hace dos días para invitarme.
Miro a mi futura mujer, que estaba hablando con su madre, y me sonríe. Otra prueba más de que con ella nunca voy a saber qué es lo que sigue.
—Me alegra que estés aquí, mamá.
La abrazo en cuanto salgo de mi asombro, y además me di cuenta de que la extrañaba.
—A mí también. Me contaron del viaje que hicieron tú y Lina, y me gustaría ver las fotos.
—Sí, claro, vamos al sofá —Tomo su brazo y la insto a caminar hasta la sala, donde se encuentran los demás.
—Sobreviviste —se guasa Ian.
—Ustedes lo sabían, ¿verdad? —los acuso.
—Yo la ayudé con la pulsera y el viaje —responde.
—Yo la ayudé con el hotel y lo del buceo —interviene Erik.
—O sea que lo de los tiburones, te lo debo a ti.
—Oh, vamos, Alex; si fue realmente romántico —acota Gaby, divertido.
—No fue romántico, casi me da un infarto —No puedo ocultar mi pánico—. ¿Saben lo que es que abras los ojos y te encuentres con unos cien enormes dientes a centímetros de tu cara? Dejé de respirar por no sé cuánto tiempo.
Por mi declaración, los tres malnacidos estallaron en carcajadas.
—Oh, Lina, Lina. Yo dije que era una mujer que quita el aliento —se burla mi primo.
—Hijo, debes admitir que fue muy original la forma de pedirte que te cases con ella.
Genial, ahora mi madre también se guasa de mí.
—Y además, se aseguró de que dijeras que sí —ríe Gaby.
—Ríanse, ya me voy a vengar de ustedes —amenazo, y agarro una copa de vino que me tiende Lina, mientras se sienta a mi lado y sonríe. ¿Cómo hago para enojarme con ella, si me sonríe de esa forma? Me acerco y le doy un beso en la mejilla—. Gracias —murmuro.
—¿Por qué? —pregunta, confundida.
—Por traer a mi mamá —susurro en su oído.
Vuelve a sonreír y toma mi mano libre, entrelazando sus dedos con los míos. Dios, ella es perfecta.
Poco después, a pesar de pedirle que se quedara a dormir aquí y que no pagara un hotel, mi madre se fue diciendo que se quedaba en la casa de Ian, alegando que era seguro que él se iba a quedar acá. Eso me sonó raro, pero ella no me dio ninguna aclaración; se volvió a disculpar por mi padre, ya que se encontraba de viaje en Londres y no pudo venir. Me encargué que unos de los custodios la llevasen y se marchó, prometiendo que antes de volver a su casa íbamos a almorzar juntos en el restó de Lina; ella la había invitado y mi madre no se pudo negar. Después se fueron los padres de Lina, y ella mandó a la cama a Aye, dedicándole una mirada sospechosa a Gaby; sé que algo pasa, o va a pasar, pero los involucrados no me dicen nada, así que me voy a mantener alerta.
—Bien, se durmió —anuncia Lina, adentrándose a la sala—. ¿Una corona? —le invita a Ian, y se sienta a su lado.
¿De qué va tanta amabilidad, y por qué se sienta a su lado y no junto a mí?
—Seguro —acepta él, sonriendo.
Suena el timbre del portero; Gaby se levanta de un salto del sofá y va a atender, unos segundos después aparece con dos mujeres en la entrada de la sala.
—Que comience la fiesta —suelta el pelinegro, elevando una nota la voz.
Ya sabía yo que pasaba algo; pero todavía no entiendo bien qué es lo que van hacer. Es decir, miro con detenimiento a las mujeres; una de ellas es alta, rubia, con un cuerpo despampanante, y lleva un vestido azul eléctrico muy corto, y la otra es todo lo contrario a la primera, es baja, castaña, lindos ojos debo decir, azules, y un cuerpo... Bueno, un cuerpo con unas cuantas tallas de más. Lina se levanta del lado de Ian y le sonríe a la mujer obesa.
—Hola, soy Lina.
—Hola, yo soy Irene y ella —Señala a la mujer despampanante— es Elena —Esta chica saluda a Lina con un beso, y luego se presentan conmigo y los demás.
La chica obesa, llamada Irene, se sienta al lado de Ian «muy cerca», y Lina a mi lado, tomando su cerveza como si nada. La cara de mi primo es para retratar. Observo a los demás y, menos Gaby, están todos están desconcertados como yo; Sofi le lanza una mirada a Lina, que le guiña un ojo. Tony está moviendo sus ojos de un lado a otro; Sole tiene ganas de saltar encima de Lina para que le explique todo, pero Erik le sostiene de la mano.
—¿De qué se trata? —le susurro a Lina al oído.
—¿Qué cosa? —dice, fingiendo no entender.
—¿Qué está tramando, Lina Rinaldi?
Ella no responde, solo niega con la cabeza y bebe de su botella sin dejar de sonreír. No me creo eso de que no sepa lo que pasa aquí. Observo a Tony y a Sofi, quienes no paran de mirar a Ian, riéndose de él, que está removiéndose en el sofá, incómodo cada vez que la chica obesa le toca la rodilla o emite algún roce contra su cuerpo.