—Lina, tu teléfono —escucho hablar a Sole, mientras me zarandea para despertarme.
—¿Qué? ¿Qué hora es? —pregunté desorientada.
—Son las tres de la tarde. Dormiste todo el día.
—¿A qué hora llegaste? —índago conforme froto mis ojos.
—Hace un ratito. ¿Puedes atender el teléfono, que no deja de sonar?
Observa la pantalla y diviso que es Alex, así que solo lo apago, dejándolo en la mesita de noche; haciendo caso omiso a la mirada ceñuda de Sole, me doy vuelta y sigo durmiendo.
Un par de horas después abro los ojos, ya mucho más descansada y fresca de todo lo que pasó anoche; giro sobre el colchón, apoyando la mano sobre mi mejilla, y la veo a Sole muy concentrada con su teléfono.
—¿Qué estás haciendo?
—Juego al Candy Crush —responde sin quitar la vista del celular.
—Oh, cuantas concentraciones —mofo, ya que ni me registra, y eso que se encuentra en mi cuarto.
—Estoy batiendo récord. Ah, tu mamá llamó, dijo que la llamas en cuanto despiertes.
— ¿Pasó algo? —cuestiono, mientras agarro mi te