Capítulo 14

—Lina, tu teléfono —escucho hablar a Sole, mientras me zarandea para despertarme.

—¿Qué? ¿Qué hora es? —pregunté desorientada.

—Son las tres de la tarde. Dormiste todo el día.

—¿A qué hora llegaste? —índago conforme froto mis ojos.

—Hace un ratito. ¿Puedes atender el teléfono, que no deja de sonar?

Observa la pantalla y diviso que es Alex, así que solo lo apago, dejándolo en la mesita de noche; haciendo caso omiso a la mirada ceñuda de Sole, me doy vuelta y sigo durmiendo.

Un par de horas después abro los ojos, ya mucho más descansada y fresca de todo lo que pasó anoche; giro sobre el colchón, apoyando la mano sobre mi mejilla, y la veo a Sole muy concentrada con su teléfono.

—¿Qué estás haciendo?

—Juego al Candy Crush —responde sin quitar la vista del celular.

—Oh, cuantas concentraciones —mofo, ya que ni me registra, y eso que se encuentra en mi cuarto.

—Estoy batiendo récord. Ah, tu mamá llamó, dijo que la llamas en cuanto despiertes.

— ¿Pasó algo? —cuestiono, mientras agarro mi teléfono de la mesita de noche.

—No, solo quería saber cómo estabas; y como no se podía comunicar contigo porque apagaste el teléfono, me llamó a mí porque estaba preocupada —explica, haciendo énfasis en varias palabras acotadas.

—Bien, la voy a llamar.

Me levanté de la cama para luego caminar hacia el balcón. Le doy varias vueltas al teléfono en mis manos antes de decidirme a llamar, la verdad es que no me encuentro con gusto por el múltiple choise de mi querida madre.

—Hola, Lina; Estaba preocupada, me cansé de llamarte y me daba la contestadora, pensé que te había pasado algo.

—No me pasó nada mamá, solo se quedó sin batería el teléfono y se apagó, y como dormía no me di cuenta. ¿Cómo está Aye?

—Está bien, ahí te la paso —entona, y es raro que no quiera atormentarme con preguntas; pero no importa, se lo agradezco.

—Hola, mami —habla la persona más importante de mi vida.

—Hola, mi amor. ¿Cómo estás? —me hace tan bien escucharla; esto es lo que necesito en este momento: a ella.

—Bien, ¿cuándo vienes?, te extraño.

—Pronto, ya falta poquito para que mamá este ahí. ¿Cómo te estás portando con la babu? —curioso, tragando el nudo que se forma en mi garganta.

—Bien, jugamos con los ponis y las princesas —cuenta alegre.

—Y les diste de comer muchas cosas ricas?

—Obvio; la babu me prepara magdalenas mientras ve su novela, esa de... ¡¡¿Babuuu, de dónde es esa novela que vez a la tarde?!! —grita—. Ah sí, Brasil; la novela de brasil. Después comemos mientras yo veo Disney, y les convido a los ponis; hay uno que va a quedar muy gordito —habla con tono cómplice.

—Entonces no le des muchas magdalenas. Después de que vuelva empiezas la escuela, así que tienes que empezar a prepararte —le comentario, y escucho cómo refunfuña.

—Sí, ya sé —farfulla; me encanta cuando hace eso—. ¿Mamá?

-¿Si?

— ¿Ya tienes mi sorpresa? —pregunta, cambiando de tema.

—Sí, hija, ya la tengo; y te va a encantar —le hago saber.

—¿Y qué es? —curiosea.

—Si te digo, ya no es una sorpresa.

—Ufa, pero quiero saber —por más que se queje o haga morritos, no le voy a decir nada.

—Nop... Hija, tengo que colgar; Hablamos mañana, ¿dale? —tengo que acomodar todo, quiero irme lo más pronto posible de aquí; Quiero volver con mi hija.

—Sí, mami, hasta mañana; te amo.

—Te amo.

Termino la llamada y me doy cuenta que tengo la cara mojada por las lágrimas. Llorar en silencio no es bueno.

—¿Por qué no me dijiste? —escucho a mi espalda; doy un respingo del susto.

—Alex —murmuró.

—¿Por qué no me dijiste que tenías una hija? —repite enojado.

—No lo sé; no se dio, quizás —respondo mirando el suelo.

—¿Cómo que no se dio? Hablamos varias veces de nosotros, y nunca me hablaste de que tenías una hija —replica él, cada vez más alterado.

—No tenía por qué hacerlo, y no hablamos mucho —azuzo elevando la voz.

—Es verdad, habló solo yo; porque tú no me has dicho casi nada de ti, y menos que tenías una hija. —Pasa una mano por su cabeza enredándose el cabello—... Diablos, anoche te pedí que te quedaras, y ni siquiera así me lo dijiste... M****a —dice ofuscado.

—Y si te lo hubiera habido dicho, ¿hubiera cambiado algo? —pregunto, ya enojándome.

—Sí —gruñe elevando la voz.

—¡¿En qué hubiera cambiado?! —grito. Ya me enojé.

—¡Me lo mentiste!

—¡Nunca te mentí!

—No me dijiste que tenías una hija, lo omitiste, es lo mismo —grazna.

—No omití nada; simplemente, no hablo de mi vida privada con extraños —hablo con su mismo tono de voz.

—Pero si te acuestas con extraños, ¿verdad? —Mi mano quedó marcada en su mejilla.

—Mi hija es más importante que un polvo; Así que sí, puedo acompañarme con extraños, pero no hablarles de mi hija. ¡¡Y no vuelvas a gritarme, porque te corto las pelotas y me hago un collar con ellas!! —grito a punto de estallar, y queriendo golpearlo de nuevo.

—No es justificación; todo lo que te dije anoche... si hubiera sabido... —habla con voz ahogada, pasándose la mano por la cara, refregándosela.

—Si hubieras sabido, ¿qué? —Ya sé a dónde va con eso—, ¿Nunca me hubieras pedido que me quedara?

—¡Sí, nunca te hubiera pedido eso; ¡Nunca te hubiera dicho nada! —grita con fastidio; Yo me petrifico. Y él parece que también; se congela al darse cuenta de lo que dijo.

—Será mejor que te vayas y no vuelvas a aparecer, por tu bien, si quieres que todas tus extremidades se queden dónde están —exclamo, bajando la voz para serenarme.

—Lina, yo no... —no dejo que siga hablando.

—Te vas... ¡Ahora, o vas a rogar jamás haberme conocido! —le grito, señalando la puerta.

Me doy la vuelta, con la mirada hacia la vista que me otorga el hotel y dándole la espalda a él.

Gira sobre sus talones y sale como alma que se lleva el Diablo. Puede que me haya equivocado en muchas cosas; pero sé que, no nombrar a mi hija, no fue una equivocación. Esta es una de las mejores maneras de terminar algo antes de empezar, ¿irónico no? Pero es la pura y cruda verdad.

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