Capítulo 23

De repente me agarra de la cintura, asiéndome en sus brazos, y me lleva a un rincón donde se encontraba oscuro; me toma del culo con ambas manos y me alza, enredo mis piernas en sus caderas, me besa con vehemencia y fiereza, con una mano baja hasta llegar a calor, mete dos dedos en mi interior y gimo en su boca, frota su sexo sin miramientos, justo en la zona donde más lo necesitaba. Saca sus dedos, y jadeo de frustración al sentir su falta en mí; Siento que baja su cremallera y sin cuidado me penetra, haciendo que los dos jadeáramos. Me presiona con fuerza en la pared, y con cada embestida que arremete, muerde mi pezón por encima del vestido.

—Vas a volverme loco —repite como otras veces con voz ronca contra mi boca, luego muerde y succiona mi labio inferior—. Córrete para mí.

—Hagámoslo juntos —musito con la respiración agitada. Al decir eso, busca mi clítoris con su pulgar y lo frota con rudeza, embiste con mayor fuerza y ​​rapidez; tres embestidas más y los dos nos dejamos llevar por un intenso orgasmo. Nos quedamos mirando a los ojos por unos minutos y veo en ellos una pregunta, no sé cuál, pero sé que algo quiere saber. Es momento de eludir—. Voy a asearme —aviso, mientras me acomodo el vestido; él asiente en silencio y se hace a un lado para dejarme un poco de espacio, posa su mano en mi espalda baja y sé que va a acompañarme; lo dejo hacer.

Una vez dentro de mi aseo, lavo mi rostro y sonrío como una tonta; Nunca hice esto, y me excité más al saber que nos pudimos descubrir. Estaba muy húmedo, caliente; ¡santa m****a!, me gustó demasiado hacerlo de esta manera. Al salir del baño, estaba muy acalorada después de bailar dos canciones muy apasionadas y excitantes como si hubiéramos hecho el amor en la pista de baile, cosa que luego hicimos, en un rincón; Fuimos a nuestra mesa a beber, en este caso, tragos refrescantes. Para nuestra suerte, solo estaban en la mesa Sole y Erik, muy acaramelados por cierto, por lo que no nos notaron cuando llegamos.

—Así que, ¿en unos días te vas? —apunta de repente.

Entonces me congelo, no sé qué responder; Obviamente que la verdad, pero creo que temo un poco lo que él pueda llegar a decir en respuesta a mi contestación.

—Sí —es todo lo que logro decir, es todo lo que llego a articular sin sentir una puntada en el pecho.

—¿Este fin de semana?

—Sí —suspiro y vuelvo a hablar—. Sé que capaz me arrepienta por preguntar, pero... ¿Qué es lo que pasa? —Tenía que hacerle frente a la situación, no quedaba otra.

—No quiero que te vayas —declara de golpe, y yo me hundo en mi asiento.

—No puedo quedarme —señalo muy bajo, casi inaudible, pero logra escucharme.

—No puedes, ¿o no quieres? —me cuestiona, girando mi cara, sujetándome la barbilla con sus dedos para que lo mirara.

—No puedo... Además, tu tampoco vives aquí —no tiene sentido que me diga que me quede.

—Tienes razón, no vivo aquí; Tengo mi trabajo aquí, el cual tengo que venir seguido para asegurarme que está yendo bien. Pero puedes venir conmigo a Estados Unidos, y cuando tenga que venir a Alemania, podrías acompañarme —manifiesta, sin dejar de mirarme a los ojos.

Bien, este conocimiento podría hacerme cambiar de tema; al menos hasta que se me ocurra cómo no hablar más de ello.

— ¿Cuál es tu trabajo, que tienes que viajar tanto?

—Soy ingeniero, hago aviones, militares mayormente; pero en Estados Unidos, que es donde está mi empresa, mi primera empresa. Aquí hago industriales y también aviones privados. Erik es mi socio, él se encarga de la exportación e importación de materiales y de la parte administrativa, y yo además soy el abogado, el que se encarga de los contratos para las aerolíneas y demás papeles para la transacción, ¿me explico?

—Sí, entendí... ¿No tienes otro abogado? —pregunto; ¿Qué se supone que iba a decir?, tengo que alargar esta conversación.

—Sí, hay más abogados; pero todo pasa por mi inspección, o en su defecto por la de Erik, antes de hacer algún movimiento —responde con suavidad.

—¿Los pruebas?

—Sí, lo hago —entona con media sonrisa.

—O seas que eres piloto también. ¿Y no tienes miedo? —esto es bueno; Necesito un milagro para que no vuelva al tema.

—Soy piloto y no, no me da miedo. Cabe decir que soy un piloto muy bueno —alardea, mostrando su blanca dentadura.

—Seguro que sí, Sr. Ego... Te gusta lo que haces, ¿verdad? —Vamos bien, Lina; Sigue dilatando la conversación.

—Me encanta —esboza con mucha pasión.

—Eso es bueno —Qué digooo....

—Te digo que más me encanta? —pregunta, acercándose a mí.

—¿Qué? —murmuró.

—Tú —susurra en mi oído, rozando sus labios en mi oreja y luego raspando con sus dientes suavemente.

—Eso es mucho mejor —afirmo con media sonrisa.

—Y podría ser mucho mejor si te tuviera todos los días, a cualquier hora, en cualquier lugar, siempre a mi lado —murmura cerca de mi boca, haciendo que se nublen mis sentidos. ¡¡Maldito Alex, no hagas eso!! Me mira fijamente, con esa mirada suya tan penetrante e intimidante.

—Alex, yo... —no me deja terminar mi pretexto.

—Por favor, no te vayas; Sé que no nos conocemos lo suficiente como para pedirte algo así, pero quiero hacerlo. Quiero conocerte, y estando lejos el uno del otro, eso nunca va a pasar —Besa la comisura de mi boca —... Por favor —susurra. Dios, me está matando. Tierra, trágame y escúpeme en otro continente.

—No puedo; lo siento, pero no puedo —agacho la mirada para no verlo, no puedo hacerlo.

—¿Por qué no? ¿Por qué no puedes? —cuestiona, levantando otra vez mi mirada.

—Porque yo tengo todo en Argentina, mi familia, mis amigos; Tengo responsabilidades —lancé todas las palabras con un solo aliento.

—Y si me das tiempo? ¿Si te queda más tiempo? Déjame convencerte, solo necesito más...

—No, Álex; lo lamento, pero no... No puedo darte más tiempo del que no tengo, y no me lo pides, ni mucho menos ruegues; no puedo.

Me levanto y salgo rápidamente del lugar, haciendo caso omiso a su llamado; salgo del club y busco un taxi con urgencia, y al conseguir uno me subo sin mirar atrás, me largo de ese lugar, en busca del refugio seguro de mi habitación.

Esto está mal, muy mal; no se suponía que tenía que ser así. Bien, Lina, la cagaste otra vez. Yo no puedo dejar todo por un hombre, ni mucho menos sacar todo a mi hija por un hombre, sus abuelos, sus tíos, sus amiguitos; no, yo no puedo hacer eso. ¡Ahh!, qué idiota; Nunca le habló a Alex sobre Aye. Nunca lo creí necesario, pero hoy tendría que haberla mencionado; ahora que lo pienso, si lo hacía, era poner excusas para que él se aferrara a mi duda con respecto a quedarme, y no podía permitir que pensara que hay una posibilidad de que yo me quede con él, y menos de que aleje a mi hija de las cosas que ama. No, yo no puedo hacer eso; Además, si tanto quería quedarse conmigo, podría haber pedido que él viniera hacia donde yo fuera. Si le estaba diciendo que no me podía quedar, nunca dije que no quería estar con él. Vaya, esto es tan confuso. Después de darle tantas vueltas a todo, me quedé dormida.

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