—¡¿Cómo que no saben dónde está?! —grito de tal forma que mi garganta se queja.
—Señor...
—Es el deber de ustedes cuidarla; para eso les pago, ¡carajo! —seguía gritando, sentía que mi pecho se cerraba y mi cabeza empezaba a cavilar las peores cosas.
—Ella salió por atrás, creemos que se fue con el auto de la señorita Moreno —explica uno de ellos; Juro que tengo muchas ganas de saltar por encima del escritorio y molestarlo a golpes.
—¿Cómo que creen? ¿Dónde está el auto de Soledad? —grazno de nuevo, mientras buscaba con manos temblorosas por el miedo y la rabia, el número de Erik en mi celular.
—No lo sabemos, señor. Acosta y Méndez están buscando el auto de la señorita Moreno.
—Y ustedes ¿qué carajos hacen aquí todavía? Vayan a buscarla; Quiero a Lina esta noche en esta casa, o lo van a lamentar —demando apretando los dientes—. ¡Lárguense! —les grito al ver que no se movían.
—Sí, señor. Lo mantendremos informado.
—Lina desapareció, Erik, no sé qué hacer —lo atosigo apenas atiende el t