ARIA HATZIS
—¡Nikolai! —me quejo entre risas, pero él ya está sobre mí, atrapando mis labios con los suyos.
—No prometo nada para la próxima vez —susurra contra mi boca.
Y por la forma en que me besa, sé que realmente no lo hará.
Cuando finalmente logramos vestirnos—después de que Nikolai intentara convencerme de quedarnos en la cama con argumentos poco decentes—bajamos a la cocina tomados de la mano.
Mi madre está sentada en la mesa con una taza de café en las manos, hojeando una revista con expresión tranquila. En cuanto nos ve, levanta la mirada y nos dedica una sonrisa sutil.
—Buenos días, mamá —digo con una voz inocente, como si no acabara de salir de una noche con el mafioso ruso más posesivo del mundo.
—Buenos días, señora —saluda Nikolai con respeto, soltando mi mano solo para acercarse a la mesa.
Mi madre le devuelve el saludo con un asentimiento amable y le señala una silla.
—Siéntate, hijo. No seas un extraño.
Me muerdo el labio para contener una sonrisa. Mi madre