ARIA HATZIS
El trayecto en el auto estuvo cargado de silencio, pero no de esos incómodos. Más bien, era un silencio denso, eléctrico, de esos que preceden a una tormenta.
Yo miraba por la ventana, aunque sentía la intensa presencia de Nikolai a mi lado. Su mano estaba en mi muslo, quemándome a través de la tela de mi falda.
Cada tanto, sus dedos se deslizaban apenas, como si estuviera midiendo mi paciencia.
—¿Vas a estar así de callada todo el camino? —su voz ronca me hizo girarme hacia él.
—No estoy callada —repliqué, cruzándome de brazos.
Su ceja se arqueó con burla.
—Oh, sí, muñeca. Lo estás. Y cuando te callas, sé que algo tramas.
Bufé, girándome completamente hacia él.
—¿Qué esperabas? Llegaste, me besaste como si estuvieras marcando territorio y prácticamente amenazaste a Luka frente a toda la universidad.
Él soltó una risa baja, oscura.
—Eso no fue una amenaza. Si hubiera sido una amenaza, créeme, lo sabrías.
Lo fulminé con la mirada.
—Dios, eres imposible.
—Y tú eres mía —dijo