NIKOLAI
La luz del sol se filtraba a través de las cortinas, tiñendo la habitación de un resplandor suave y cálido. El cuerpo de Aria estaba entrelazado con el mío, su piel pálida contrastando con las sábanas oscuras. Su cabello plateado se desparramaba sobre mi pecho, reflejando los tonos dorados de la mañana.
No quería moverme. No quería romper la burbuja de calma en la que estábamos atrapados. Mi muñeca respiraba suavemente, con su mejilla apoyada sobre mi piel y sus dedos rozando mi costado de manera distraída.
—Despierta, muñeca —murmuré, deslizando mi mano por su espalda desnuda, mis dedos siguiendo la curva de su columna.
—No quiero... —su voz sonó pastosa de sueño. Se removió un poco, frotando su rostro contra mi pecho.
Sonreí.
—Si no despiertas, me veré obligado a hacerlo yo mismo.
Aria gruñó bajito, negándose a abrir los ojos. La sentí moverse ligeramente, pero fue un error de su parte. Porque apenas dejó su cuello expuesto, incliné la cabeza y mordí suavemente